Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»
Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios.»
Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: “Tú blasfemas”, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.»
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: «Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad.» Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Palabra del Señor
Comentario
En Algo del Evangelio de hoy aparece otra vez el tema de las piedras, ¿te acordás el Evangelio del domingo? Algunos fariseos habían tomado piedras para apedrear a la mujer adultera, pecadora y no pudieron, porque el mismo Jesús les había hecho ver que si la cuestión era tirar piedras a los pecadores, en realidad nos tendríamos que apedrear entre todos, digamos, que no queda nadie en pie. ¡Si es por ser pecadores, nos tiraríamos piedras entre todos! El mundo sería un caos. De hecho, es un caos en cierta manera, nos mataríamos entre todos. Es un poco lo que vemos día a día. Incapacidad para reconocer: bondad, belleza, amor y tantas cosas lindas que andan por ahí, muchas ganas de hacer justicia por mano propia, creyéndonos dueños y señores de la verdad. Por eso andamos a veces tirando piedras por el mundo, porque no vemos lo que Dios sí ve, andamos ciegos de amor y de bondad, no nos damos cuenta que tenemos mucho «de Dios» en nosotros, entre nosotros y en los otros.
Tomando concretamente la escena de hoy, a los judíos de ese momento, por lo menos algunos, no les alcanzó con querer apedrear a la mujer pecadora, sino que incluso querían apedrear a Jesús, y de hecho terminaron haciéndolo cuando lo crucificaron o hicieron todo lo posible para llevarlo a la cruz, lo apedrearon simbólicamente. ¡Qué locura! Podríamos hacer el esfuerzo para «meternos» en la piel de esos hombres, que dicho por ellos mismos no lo querían apedrear por sus obras buenas, sino «porque siendo hombre, se hacía como Dios» y tratar de entender, desde su mentalidad, cuál fue el verdadero motivo de su furia y de sus deseos de eliminar a Jesús. Pero, en definitiva, el fondo de la cuestión, está bien en el fondo, valga la redundancia, porque finalmente lo que los llevó a hacer semejante locura, fue lo que ellos mismos rechazaban, o sea, se pusieron en el lugar de Dios.
Por querer «defender» a Dios, rechazando a quien se «hacía» como Dios, tomaron el lugar de Dios y le quitaron la vida, lo quitaron de su camino porque les molestaba. El mundo de hoy, muchas veces nosotros, hacemos lo mismo con Dios, con Jesús, preferimos quitarlo del medio de nuestras decisiones porque molesta, molesta a veces la verdad y al mundo le molesta mucho más. A nosotros también nos puede pasar lo mismo cuando no reconocemos las verdades que Jesús nos grita al corazón para que cambiemos, y aunque no lo apedreamos, podemos taparnos los oídos y hacer como que no pasa nada. Estos judíos, los que finalmente mandaron a matar a Jesús, no se dieron cuenta de lo que hacían, por eso él llegará al colmo del amor al decir en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Al colmo de la maldad, Jesús terminará respondiendo con la locura del amor, y no porque Jesús sea tonto y no conozca que hay maldad, sino porque, reconociendo la maldad, la atribuye a la ignorancia y la ceguera. Si esos judíos se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo, no lo hubieran hecho. Actuaron así pensando que obraban bien, eso es lo más triste o a veces incomprensible. ¿Cuántas veces hicimos cosas convencidos de que estábamos obrando bien? ¿Cuántas personas a nuestro alrededor obran mal, nos hacen el mal pensando que obran bien? Esa es la ceguera más grande, es la enfermedad más profunda del hombre, incluso del hombre religioso, del que dice creer.
Si nosotros nos diéramos cuenta de lo que hacemos cuando hacemos el mal, no lo haríamos. No terminamos de ser conscientes plenamente de las consecuencias del mal, de la falta de amor. ¿Y cuál es el remedio? El amor de Jesús en la cruz. Intentemos en estos días mirar las cruces que nos rodean con más amor, aceptar las cruces que nos tocan vivir con más amor. ¿Cuál es el camino? Entrar en esta Semana Santa deseando ser más conscientes del inmenso amor de Jesús por cada uno de nosotros.
La Semana Santa no es un cuento para recordar, sino una Pasión, un paso para revivir, para salir siendo más conscientes de que si no amamos lo suficiente a Dios Padre y a los demás, no es porque no tengamos la capacidad, sino porque todavía no nos damos cuenta de tanto amor que recibimos.
El Amor reclama amor, nuestro pequeño amor. El amor llama al amor. Cuando descubrimos cuánto nos aman, nos dan más ganas de amar, nos sentimos deudores. Si esto nos pasa con los que más queremos, con los que nos rodean, ¿no te parece que nos debería pasar un poquito más con Jesús en esta semana que empezamos? Pidamos a María que nos lleve por ese camino, de la mano con ella al pie de la cruz para no cansarnos de admirarnos del amor que Dios nos tiene.