«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»
Palabra del Señor
Comentario
La Palabra de Dios de hoy te resonará a la del domingo, por ahí estarás pensando: «Es el mismo Evangelio», pero no; parece, tiene palabras similares, expresiones parecidas, pero no, no es el mismo. Como dijimos ayer, la Palabra es un organismo vivo y por estar vivo también se desarrolla, tanto si lo pensamos cuando lo escribieron, en el sentido que los evangelistas fueron elaborando los textos, dándole su forma, su contenido y su sentido, por lo tanto, fueron creciendo y desarrollándose, como en su interpretación, ya que la Iglesia y cada uno de nosotros, los que la formamos, los que escuchamos la Palabra, vamos comprendiendo y aceptando también progresiva y lentamente sus enseñanzas. Por lo tanto, la vida de la Palabra de Dios en nuestros corazones va creciendo y desarrollándose.
No quiero aburrirte con estos temas, pero creo que es importante para seguir profundizando, para no ser superficiales al escuchar, para no pensar que ya lo sabemos todo, para no desfallecer en el intento de crecer en nuestra fe. Nunca debemos olvidar que la comprensión y el efecto de esa comprensión en nuestras almas, crecen de a poquito, como lo hace un niño en el vientre de su madre, como lo hicimos vos y yo, y por supuesto sigue creciendo y desarrollándose a lo largo de toda la vida, en sus diferentes etapas, hasta que nos toque estar frente al Señor.
Hoy podríamos decir: «Otra vez el mandamiento del amor, otra vez la palabra amor aparece en Algo del Evangelio, otra vez aparece Jesús nos pide y nos manda amar como él ama». Parece mucho, parece imposible, parece una utopía si no sabemos interpretarla. Siempre recuerdo hace muchos años, cuando se despertó en mí el llamado a ser sacerdote, cuando todavía de algún modo me escapaba un poco de este llamado, un día de semana fui misa y escuché este Evangelio. Como nos pasa muchas veces al ir a misa después de escuchar el Evangelio, o por lo menos me pasaba a mí, me acuerdo que me preparé entusiasmado a esperar con ansias qué iba a decir el sacerdote en el sermón. Siempre quería escuchar a ver qué enseñanza me daba. Eso me pasaba en esa época, hoy por estar del otro lado ya no me pasa tanto, al contrario, pienso que muchos esperan algo grande de nosotros, los sacerdotes, y justamente uno nunca llega a colmar siempre las expectativas de los que escuchan, es muy difícil. Pero bueno, ese es otro tema. Además, no hay que esperar colmado de expectativas, sino que hay que hablar de Jesús, como él quiere que hablemos. Uno prepara, uno reza, uno siembra y dice lo que puede o le sale y después Dios, como siempre, hace su obra. En realidad, los sacerdotes –vuelvo a decir– no deberíamos predicar ni para agradar, ni para ser felicitados, ni para que nos admiren. Predicamos la Palabra de Dios, anunciamos a Jesús, lo que él nos pidió porque él nos eligió y nosotros somos los que debemos hablar de él, nosotros fuimos elegidos por él. Pero bueno, creo que me desvié un poco de tema.
Quería decir que apenas el sacerdote empezó a predicar dijo lo siguiente: «Esto es una utopía, esto es imposible». Me acuerdo que me chocó demasiado, me acuerdo que no pude seguir escuchando, como que me cerré, me bloqueé. Recuerdo que me desilusioné tanto que me pareció que no tenía sentido seguir escuchando. Dije: «Si esto es imposible… ¿cómo es posible que Jesús lo haya dicho? Si esto es una utopía, ¿qué hacemos en la Iglesia?». No me gustó lo que dijo ese sacerdote.
Sin embargo, el tiempo, los estudios, el seminario y el sacerdocio me ayudaron a no juzgar tanto y a saber esperar. Además, me enseñaron a no ser tan lapidario con los sacerdotes, obviamente porque hoy estoy del otro lado y porque en realidad me di cuenta que muchas veces el problema es que no sabemos escuchar. Escuché una parte y seguramente no terminé de escuchar todo el sermón. Muchas veces nos pasa eso a vos y a mí.
Escuchamos lo que queremos escuchar, lo que nos gusta y no escuchamos lo que sigue, o sea, eso que nos ayudaría a entender lo que escuchamos al principio; esto tiene que ver con lo que dijimos al comienzo con respecto a que la palabra es un organismo vivo. El corazón es sensible y provoca que los oídos se cierren inmediatamente o, al contrario, se abran increíblemente. A mí ese día se me cerraron por ser prejuicioso. ¿Te pasó alguna vez? Hay que escuchar todo. Te aconsejo esto. Hay que escuchar todo y aprender a sacar lo mejor.
¿Qué es lo que el sacerdote quiso decir ese día? Para mí, tiene que ver con lo de Jesús. Creo que quiso decir lo que Jesús nos dice, pero lo dijo de otra manera. «Ámense porque yo los amo como amigos, aunque ustedes a veces no se comporten como amigos. Ámense porque yo los amé primero. Ámense porque yo les di una dignidad que nadie les podrá dar. Ámense, sí, es verdad, se los mando, pero se los mando habiendo amado en realidad, habiendo dado la vida por ustedes». Esto es imposible y es una utopía, si nos lo hubiese mandado alguien esto que no lo haya vivido antes. Esto sería una locura si pensáramos que amar así puede salir espontáneamente de nuestro corazón. Solo puede amar así quien descubre que hay alguien que siempre lo llamará «amigo» pase lo que pase. Para nuestro Maestro, todos somos sus amigos, hasta los enemigos. Por todos dio la vida, incluso hasta por aquellos que lo despreciaron y desprecian. ¿Entendemos la diferencia? Para Jesús somos sus amigos, aunque no nos comportemos como amigos. Para Jesús no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, o sea, por todos. Nosotros daríamos la vida solo por los que nos consideran amigos, por los que queremos como amigos. Amar con el amor de Jesús es, por empezar, no tratar a nadie como enemigo, aunque los que sean enemigos nos traten como tales, porque él no nos trató como enemigos a los que lo trataron como enemigo, sino que los trató siempre como amigos y los amigos de mi amigo son mis amigos, como se dice. Solo podemos dar frutos en serio en esta vida, frutos que perduren, si reconocemos que para él siempre seremos sus amigos, pase lo que pase, y si al mismo tiempo empezamos a levantar la mirada y dejamos de ver y crear enemigos por todos lados, aunque los haya, aunque existan. Esto es posible, te lo aseguro. No es una utopía. Es cristianismo puro, cristianismo en serio.