«Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: “Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver”? ¿Y qué significa: “Yo me voy al Padre”?» Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir.»
Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: “Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver”.
Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.»
Palabra del Señor
Comentario
Vivimos en un tiempo que es de alguna manera muy contradictorio. Me refiero a «tiempo» al modo en que la sociedad de hoy nos plantea vivir y que muchas veces nosotros por no discernir caemos sin darnos cuenta, porque nos lleva como la ola de este mundo, de este pensamiento, de esta cultura, la ola de las modas, de la tecnología. Digo que es contradictorio porque a pesar de ser el tiempo en donde más comunicados estamos, o por lo menos más posibilidades, mejor dicho, de comunicarnos tenemos, es el tiempo también en que más personas se sienten solas, más personas se quitan la vida, más personas viven con depresiones y tantas enfermedades que parecen ser nuevas, parecen ser de estos tiempos, más sin sentido vive tanta gente. ¿Por qué será, no? ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿No será justamente porque no sabemos discernir, porque nos subimos al tren de la supuesta comunicación y nos olvidamos que el sentirse o no solos no depende tanto de la cantidad de gente que tengamos al lado, de la cantidad de seguidores o no que tenemos en las redes sociales, sino que depende de otra cosa mucho más profunda? ¿No te cansas de ver amigos o familiares? Incluso te puede estar pasando ahora que están al lado, pero sin embargo está cada uno con su celular, con su tablet, con su móvil, comunicándose con otra persona.
Esas imágenes que vemos a diario en los medios de transporte, en nuestras comidas familiares, en todo momento y en todo lugar nos muestran que en el fondo no nos damos cuenta que la verdadera comunicación no tiene que ser a través de aparatos tecnológicos, sino que es la comunicación del amor. ¿No será que mucha gente se siente sola en el fondo porque no sabe amar, porque hemos perdido cierta capacidad de amar y no terminamos de darnos cuenta que el único que nos enseña a amar es el mismísimo Dios? Por eso el Señor nos promete y nos prometió desde el Evangelio del domingo que, si amamos, Él va a habitar en nosotros con el Padre. Aquel que ama nunca se sentirá solo. Aquel que levanta la cabeza un poco y deja de pretender que todos vengan a amarlo y sale a amar, ese es el único que jamás se sentirá solo, aunque por momentos esté solo, aunque los demás lo dejen solo, aunque otros lo abandonen, nunca estará solo, porque nunca está solo el que ama.
Dentro de poco celebraremos la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, el momento histórico en que los discípulos vieron con sus ojos a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo de una manera distinta, resucitado, y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencia hacia ausencia de Jesús. Algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, pero que de algún modo lo vivimos espiritualmente, místicamente lo experimentamos o lo experimentaremos algún día. Así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día.
La vida de la fe, nuestra vida espiritual, muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que, por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo y muchas otras dejamos de verlo y eso nos puede conducir a la tristeza, a la desesperanza; es así la dinámica de la fe. No hay por qué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga, nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos más vueltas, no busquemos el pelo al huevo. Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor. Nada hay mejor que Él, sino que me refiero a un gozo más grande que vendrá después de otra manera. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».
Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros que esa «tristeza se convertirá en gozo».
La tristeza para el cristiano debe ser siempre pasajera, jamás puede llegar para instalarse en el alma, para echar raíz en el corazón, ¡no!, hay que cortarla de raíz. Puede golpear la puerta de nuestra casa, puede entrar por un momento, pero no puede acomodarse en el «living» de nuestro corazón. ¡No, no hay que dejarla! No pienses que esa tristeza que tenés ahora va a durar para siempre. Debés mirar más allá. Sabé esperar. Sabé confiar en que Jesús te convertirá ese sentimiento en un gozo imborrable cuando menos lo esperes, incluso cuando menos lo busques. Seguro que alguna vez ya te pasó, seguro que lo viviste; por eso, no te olvides que la tristeza es pasajera y que salir de esa tristeza también depende de nuestros deseos de salir del aislamiento que puede convertirse en soledad instalada y hace tanto mal a nosotros y a la Iglesia. Es triste ver cristianos tristes, no estamos hechos para la tristeza. Por otro lado, lo lindo del gozo es que jamás puede ser pleno si no es compartido y eso ayuda a otros a salir de sus encierros. Todos vivimos esa experiencia de alguna manera. Todos hemos alegrado a otros y todos hemos sido alegrados por otros. Todos necesitamos compartir la alegría. Es esencial a la alegría que se derrame y que se comparta.
Una vez me acuerdo unos novios, con fecha ya de casamiento, me contaron que algunas dificultades de distancia con sus familias evitaban que puedan avisar a todos juntos la fecha de su matrimonio, y eso hacía que no pudieran disfrutar de la noticia que tenían en el corazón. La alegría del matrimonio no era solo para ellos. Es así, las alegrías son para compartirlas, los gozos son para darlos, las alegrías espantan, las tristezas y los gozos quitan las soledades. Si andás alegre, contalo, compartilo porque hace bien. Si andás triste, pensá de dónde viene esa tristeza, qué fue lo que la originó, para poder también compartirla, pero mientras tanto, andá y quedate un momento con Jesús, mientras tanto, andá y buscá la compañía de alguien que esté alegre. Eso te va a ayudar también.