En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?” Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.»
Palabra del Señor
Comentario
Retomando lo del Evangelio del domingo, esa verdad de fe que muchas veces olvidamos y nunca deberíamos olvidar, es lindo pensar que en la medida que tenemos capacidad de mirarnos hacia adentro y en ese mirar reconocer la voz de nuestra conciencia que siempre nos habla al corazón, podemos decir con tranquilidad que jamás podemos estar solos. «El que me ama, será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él». En el mundo del ruido en el que vivimos y del consumismo exacerbado, esto parece una misión imposible, pero es posible.
Cada vez son más las personas sedientas de amor, sedientas de Dios en un mundo que alardea solucionarnos todos los problemas, pero que en el fondo los crea y multiplica. ¿Por qué será que, en la época de mayor posibilidad de comunicación, es al mismo tiempo la época de mayor cantidad de personas depresivas, que se sienten solas e incluso que se quitan tristemente la vida? ¿Por qué será, no? ¿No será porque hemos perdido, de algún modo, la capacidad de hacer silencio, de reconocernos a nosotros mismos, perdimos incluso nuestra propia sensibilidad que nos ayuda a comunicarnos con nosotros mismos y con los demás?
Hace poco leí un estudio científico que comprobaba que el ser humano para bajar sus niveles de ansiedad y estrés necesita algunos minutos de silencio por día. ¡Qué paradoja!, ¿no? El mundo que nos promueve el ruido al mismo tiempo nos muestra que se necesita bajar un poco el ruido para vivir mejor. Bueno, eso ya está enseñado y manifestado en el Evangelio. Jesús nos mostró que necesitamos apartarnos y hacer silencio. Sin embargo, Jesús nunca estuvo solo, aunque haya buscado momentos de soledad. Es lindo pensar en esto, en que Jesús es el modelo perfecto del que nunca estuvo solo, pero al mismo tiempo buscó la soledad.
Es increíble pensar que, de la vida de Cristo, en realidad no sabemos tanto como quisiéramos. Los evangelios cuentan poco y nada sobre su infancia y sobre su vida cotidiana en Nazaret, hasta los treinta años, hasta su aparición pública. ¿Qué habrá hecho Jesús en esos años? ¿Cuántas veces se habrá apartado tranquilo a caminar, a descansar, a mirar al cielo, a disfrutar de la naturaleza, a descubrir tanta maravilla creada por su Padre, por medio de él? Por otro lado, ¡cuántas veces en los evangelios se relatan momentos en los que Jesús se aparta de las multitudes y de sus amigos, para estar en la montaña, para rezar, para estar solo! A esto quería llegar, la soledad buscada y deseada hace bien. La soledad que piensa y se siente es necesaria en la vida. Vos y yo tenemos que aprender a estar solos, no toda soledad es mala. ¿Sabés estar solo? ¿Sabés quedarte con vos mismo un tiempo por día? Si uno parte de la certeza de que en realidad estar solo es una oportunidad para encontrarse con el que no nos dejó nunca solos, no deberíamos tenerle miedo; es difícil, sí, es verdad pero no tenerle miedo.
La partida de Jesús, el anuncio de su partida, les trajo a los discípulos una gran tristeza. Algo del Evangelio de hoy dice eso: «Ustedes se han entristecido». Obviamente… ¿quién no se pondría triste? Ellos no terminaban de entender que era «necesario» que él se vaya, de que «les convenía que él se vaya». Esa es la cierta paradoja de nuestra fe, las ausencias que nos traen presencias distintas, amores distintos. Soledades que nos pueden traer mayores frutos, mayor madurez, mayor convicción de que en realidad no estamos solos.
¿Viste esas personas que no pueden estar solas? ¿No sos una de esas? Que no pueden estar quietas, que siempre tienen que estar haciendo algo, que parece ser que no pueden disfrutar de la gratuidad de «no estar haciendo nada». Fíjate si a vos no te pasa lo mismo a veces. A todos nos puede pasar. Como decíamos, el mundo de hoy colabora muchísimo a esto. Todo es rápido, todo tiene que hacerse ya, siempre tengo que estar comunicándome con alguien que no está cerca mío, casi que nunca podemos ni sabemos estar solos y necesitamos mostrar lo que hacemos continuamente por medio de la tecnología.
Sin embargo, es tan necesario saber estar solos y dejar de mostrar lo que hacemos. Es necesario que Jesús se haya ido para que todos podamos encontrarlo. Así lo dijo él: «Pero si me voy, se lo enviaré». Es bueno que nos tomemos un tiempo para estar solos, es bueno que también dejemos solos a los que tenemos a nuestro cargo, es bueno que dejemos que los demás sepan estar solos. Pensá en los tuyos. Es bueno que los demás tengan sus tiempos, que dejemos «respirar», de algún modo, a los otros, porque a veces incluso no podemos estar solos y no dejamos que los otros estén solos. Cuando Jesús se apartaba para estar solo, los discípulos lo dejaban tranquilo. Cuando los discípulos volvían de misionar, Jesús mismo los apartaba un poco para que descansen, para que estén solos.
Preguntémonos si sabemos apartarnos como Jesús para escuchar nuestro corazón y al escucharnos también escuchemos a Dios que es nuestros Padre, escuchar al Espíritu que está dentro nuestro. Podríamos preguntarnos si somos capaces de escuchar la voz interior que nunca nos abandona, que siempre nos hace sentir acompañados. Pensemos si no estamos tapando lo mejor de nosotros con la «adicción del activismo», esa costumbre de pensar y creer que solo haciendo cosas nos salvaremos y salvaremos a los demás. Si Jesús hubiese querido salvar al mundo por el hacer, se hubiese puesto a predicar desde la adolescencia, se hubiese puesto a «hacer cosas» y milagros desde mucho antes, sin embargo, empezó a los treinta años. Es para pensar, ¿no? Aprendamos hoy a sentarnos por un tiempo, a postrarnos por un momento para «no hacer nada» a los ojos de los demás, para estar simplemente solos, por pura gratuidad, no esperando mayor recompensa, que estar con Jesús.