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Viernes después de ceniza

Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: « ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»

Jesús les respondió: « ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.»

Palabra del Señor

Comentario

Me parece que ya lo dije muchas veces, pero siempre es bueno volver a repetirlo, en especial en este tiempo de Cuaresma, donde el tema del ayuno es algo recurrente. Entiendo que hablar hoy del ayuno es un poco complicado. No está muy de moda y a veces, para que no suene muy duro, preferimos hacer como si Jesús hablara de algo que ya no va o preferimos hablar de cosas que ya no existen. Siempre se puede caer en los dos extremos: en hacer de algo lo único, lo absoluto, o simplemente pasarlo de largo y hacer como que no vale la pena. El tema del ayuno es un tema que lleva a los extremos generalmente. Pero, como te dije varias veces, hay páginas del Evangelio que no se pueden arrancar y hay palabras de Jesús que no podemos hacer como si no existieran; ninguna, en realidad, pero especialmente aquellas que nos cuesta entender.

Siempre se pueden encontrar excusas o argumentos para decir que en realidad Jesús se refería a otra cosa, pero sería bueno, creo yo, hacer el camino inverso: escuchar lo que dice, confiar en que es verdad y es bueno; y, a partir de ahí, tratar de vivirlo en el espíritu con el que fue escrito, y también escuchar a la tradición y a las enseñanzas de la Iglesia, que a lo largo del tiempo nos han ido iluminando sobre las palabras de Jesús.

Creo que simplificamos a veces tantas cosas del evangelio, que terminamos por dar un mensaje acuoso, aguado y sin consistencia, y que al final no atrae a nadie, porque nada nos diferencia de aquel que no cree en Jesús. A veces pensamos eso, que por aguar el mensaje atraerá más; sin embargo, es todo lo contrario.

Vas a escuchar por ahí que el ayuno es algo puramente espiritual, algo que finalmente no toca el cuerpo y por eso se dice: «Hay que ayunar de nosotros mismos», «hay que ayunar de las cosas que nos alejan de Dios», etc. Podés reemplazar el ayuno corporal por cualquier otra cosa. Está bien, es verdad. Al fin y al cabo, el ayuno no es la privación de alimentos por la privación misma, sino la privación para un encuentro con Jesús, para la comunión con él. Pero pensemos en esto.

Por simplificarlo y por tenerle miedo y por tener miedo a hablar a una sociedad que devora de todo y en todo momento, me parece que lo hemos complicado un poco más. ¿Por qué? Porque no se puede dominar nuestro espíritu si no aprendemos a dominar también lo más básico de nuestra existencia, que es la comida. Y entonces cuando escuchás a alguien que dice: «En vez de comer menos carne, o de comer menos, mejor es que ayunes de tu lengua, mejor es que hables menos», en el fondo es una simplificación que termina por hacer que no podamos hacer a veces ni una cosa ni la otra. Yo me pregunto: si no podemos dominar nuestra boca para comer, ¿creemos que va a ser posible que dominemos nuestra boca para hablar?

Por simplificarlo, vuelvo a decir, lo hicimos más complicado. Somos unidad, cuerpo y espíritu, y lo que toca el cuerpo, toca el corazón, y viceversa. Pero el corazón aprendemos a educarlo también desde nuestra exterioridad. Y, por otro lado, Jesús ayunó. Jesús hizo cuarenta días de ayuno. Incluso en esta Cuaresma, de alguna manera, revivimos y rememoramos eso.

Yo hoy me pregunto: si en toda la historia de la salvación el ayuno fue una práctica liberadora, si todas las religiones de algún modo incluso lo practican, si Jesús mismo ayunó y habló del ayuno recomendándolo, si en toda la historia de la Iglesia se ayunó –los grandes santos nos lo han enseñado–, ¿por qué hoy le tenemos tanto miedo? ¿Por qué hoy nos empeñamos tanto en barnizarlo para que quede más lindo, pero finalmente ocultamos la verdad? ¿Por qué tantos dicen que no es necesario? ¿Por qué no confiamos en las palabras de Jesús y en las de la Iglesia, en la de los santos y, por qué no, también en la de la Virgen, que en tantas apariciones nos invita a ayunar? Creo que es para pensar, te invito a que lo pienses.

Los católicos a veces hemos perdido el don de saber y aprender a ayunar para poder dominar nuestra interioridad, nuestra voluntad, para poder encontrarnos con Jesús, para aprender a renunciar a cosas superficiales que a veces tapan lo esencial.

Alguien me preguntó una vez: «Padre, cuando Jesús habla del ayuno, ¿es literal?». Y sí, la verdad que sí. Nunca usa Jesús una imagen para hablar del ayuno, como pasa con otras cosas, sino que habla simplemente del ayuno. Nunca dice: «Bueno, hagan como si fuera que ayunan, ayunen, pero con el corazón». Jesús habló del ayuno real, de la privación voluntaria del comer para poder encontrarnos con él.

El ayuno hoy tiene sentido porque Jesús nos fue quitado, no lo podemos ver. No está físicamente con nosotros, está presente por la fe en la Eucaristía y en los demás, pero para poder encontrarlo es necesario alguna vez aprender a renunciar a lo más básico para poder entrar en comunión con él hasta que él vuelva; por eso también el ayuno antes de recibir la Eucaristía, que tenemos que volver a practicar en la Iglesia también.

Ayunar de alguna manera voluntariamente, con amor, por supuesto, es como decir quiero vaciarme de lo demás para poder percibirte y dejar que entres en mi corazón. El ayuno nos conecta con nosotros mismos y nos abre a los demás, a Jesús, porque nos evita que nos esclavice lo más básico de nuestra vida. El que come bien se comunica bien con los demás. El que se sienta a la mesa a devorar todo, o devora todo en todo momento y en todo lugar, es el que no sabe levantar la cabeza para mirar y dialogar con los demás.

Probemos ayunar realmente, te lo propongo, con amor, de corazón, sin que nadie lo sepa, sin poner cara triste. Probemos ayunar y dar tiempo a algo distinto para estar con los demás. Probemos ayunar y ser dueños de nuestras propias voluntades para poder decidir siempre lo mejor. Probemos ayunar sin que nadie se dé cuenta. Probemos vivir esta recomendación de Jesús con verdad, sin aguarla, sabiendo que la comida es un bien necesario, pero no absoluto, porque «no solo de Pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios».