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VII Lunes de Pascua

Los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios.»

Jesús les respondió: «¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.»

Palabra del Señor

Comentario

Como cada lunes, como cada comienzo de semana, es bueno reavivar las fuerzas, mover las brazas que a veces que a veces parece que se están apagando, las ganas y los deseos de empezar, como siempre, de la mano de la Palabra de Dios. No podemos caminar sin la ayuda de lo que Dios nos quiere decir al corazón cada día. Él nos está ayudando siempre, somos nosotros los que tenemos que escuchar. No podemos empezar el día sin escuchar algo que nos haga bien, su Palabra.

Me acuerdo una vez en una misa le pregunté a los niños: «¿A dónde se fue Jesús?». Todos contestaron: «Al cielo». «¿Y dónde está el cielo?». Y todos, por supuesto, señalaron para arriba. Volví a preguntar, pero… «¿Jesús no está también ahora con nosotros, no está en nuestro corazón, de alguna manera?». «¡¡¡Sí!!!», contestaron todos. Entonces… «¿Dónde está el cielo?». Todos volvieron a señalar para arriba. Hice el intento varias veces, pero no lo logré. Los niños son así de lindos y sencillos, entienden literalmente lo que nosotros decimos. Costó comprender que el cielo, en definitiva –ahora que vos me estás escuchando– está donde está Jesús, que en realidad cuando en la Palabra de Dios decimos cielo o está escrito «cielo», estamos refiriéndonos al lugar, por decirlo de alguna manera, en donde está Dios, y si Dios está en todos lados, y en nuestro corazón, también podemos decir que el cielo está en nosotros cuando amamos y dejamos que él ame en nosotros. Eso celebramos ayer con la Fiesta de la Ascensión y es lo que seguiremos reflexionando en estos días.

Podemos preguntarnos hoy, tomando Algo del Evangelio: ¿Cuántos problemas y sufrimientos nos habríamos ahorrado en la vida si nos hubiesen dicho toda la verdad de las cosas que emprendimos, o por lo menos ayudado a descubrirla lo antes posible? ¿Cuántos dolores y desilusiones nos habríamos evitado si nos hubieran dicho que todo no era todo tan fácil como pensábamos, si nos hubiesen dicho que casarnos no era tan fácil como creíamos o ser consagrado, ser sacerdote? ¿Cuántos problemas le habríamos evitado a nuestros hijos si no le hubiésemos pintado la vida como una linda película mientras a vos y a mí nos costó muchísimo? Y por otro lado, podríamos hacer la pregunta contraría o que muestra la otra parte: si hubiésemos sabido todo, ¿hubiésemos emprendido el camino que hoy estamos transitando?

Bueno, en realidad, como decía, no siempre la culpa es del no nos dijo toda la verdad, sino también del que no se esfuerza por conocer la verdad. Pero la mentira a veces se disfraza de un «supuesto bien» por el otro, pero que a la larga se transforma en un mal, en un obstáculo para seguir, para creer, para tener ánimo y esperanza. Hay personas que prefieren evitar a toda costa que los otros pasen por algún tipo de sufrimiento: «No quiero que sufra», «no quiero que pase por lo mismo que yo». Es entendible, ¿no? ¿Qué padre o madre quiere que sufra alguno de sus hijos? Ninguno. Pero al mismo tiempo… ¿qué padre o madre puede evitar que sus hijos sufran de alguna manera en la vida? No estoy hablando de los sufrimientos a causa del mal, esos siempre hay que evitarlos, no hay que sufrir por sufrir –aunque no se pueden evitarlos totalmente–, sino que me refiero al sufrimiento que proviene de hacer el bien, por buscar el bien, por luchar por el bien: la justicia, el amor, la honestidad, la sinceridad, la generosidad, la entrega, el dominio de sí mismo, la alegría, la amabilidad, la educación, el bien común, los pobres y tantas cosas más. Ese es el sufrimiento que vale la pena, que es imposible esquivar y que, además, es necesario. El que quiere evitar ese sufrimiento, todavía no entendió el sentido de la vida.

Los padres y las madres que quieren evitarle a sus hijos el sufrimiento lindo que proviene del amor, no están criando hombres y mujeres capaces de entregarse y de esforzarse para hacer el bien, sino hombres y mujeres que no podrán descubrir el lindo gustito de la vida que se entrega por otros. ¿Qué les dijo Jesús a sus amigos antes de partir? ¿«Tranquilos, todo va a estar bien.

No se preocupen que todo les va a salir perfecto; serán exitosos siempre; todos los van a querer, nunca van a sufrir; el que me ame no sufrirá en nada, tendrá salud y trabajo siempre asegurado»? ¿Les dijo eso? Es interesante ver que ante la afirmación muy segura de los discípulos de que creían, Jesús no se calla dos verdades no muy divertidas: «Me dejarán solo… y tendrán que sufrir». No, Jesús, no podés decir eso. ¡Qué pocos amigos vas a tener así! Sin embargo, nos dijo la verdad. Nos guste o no. ¿Nos gusta que nos digan la verdad? ¿Nos gusta que Jesús nos diga la verdad de nuestra vida? ¿Te gusta decirte la verdad a vos mismo, decirle la verdad a los demás o se las disfrazás? Jesús les anticipa y nos anticipa, que cuando nos creemos que tenemos todo clara, nos olvidemos que somos capaces de traicionarlo en menos de un minuto, que cuando el dolor y el sufrimiento se presentan en nuestra vida, somos capaces de abandonarlo, de abandonar la fe. ¿Cuánta gente abandona a Jesús cuando se presenta la dificultad? ¿Cuántas veces dejamos solo a Jesús por miedo, por vergüenza, por el qué dirán, por el temor? Jesús nos anticipa que en la vida sufriremos, por culpa de otros o por culpa nuestra. ¿Tenemos que evitar el sufrimiento? Sí, el que no vale la pena, el que proviene del mal nuestro y ajeno. ¿Tenemos que esquivar todos los sufrimientos de la vida? No, sufrir por el bien es necesario e inevitable. El que sufre por amor es feliz, aunque parezca contradictorio. El que sabe sufrir, tanto lo que nos toca sin elegirlo, como lo elegido, sabe vivir. Vive distinto, transforma todo en oportunidad para amar. Jesús no nos mintió, prefirió decirnos la verdad. Nosotros ¿qué preferimos?