Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor
Comentario
Poco a poco la idea es que vayamos subiendo a la montaña, simbólicamente, junto a Jesús para sentarnos tranquilos y escuchar sus palabras, para escuchar su gran sermón, para dejarnos cautivar por su sabiduría divina que quiere introducirnos en el Reino de los hijos de Dios, en el Reino de los hermanos que se sienten hijos, de los hijos que no se olvidan que tienen hermanos.
¿Te pasó alguna vez de subir una montaña y al llegar sentarte a disfrutar del paisaje, sentarte a ver cómo el viento golpeaba tu cara y podías disfrutar de la maravilla de Dios, de sus palabras a través de la creación? Bueno, imaginá lo mismo, subamos la montaña para escuchar a Jesús, porque el Reino no es tuyo ni mío, en realidad es el Reino de Dios y sus hijos. Dios tiene muchos hijos y les quiere hablar, nos habló a través de Jesús. Dios es Padre, y por eso no tenemos que olvidar que no somos hijos únicos, no somos hijos exclusivos, aunque todos somos siempre especiales para él, sino que somos hijos y, al mismo tiempo, hermanos.
Decíamos ayer que Jesús no vino a abolir la ley, no vino a borrar con el codo lo que Dios Padre había escrito con su mano en las tablas de la ley que le dio a Moisés. Y la ley fundamental de Dios para con su pueblo, era el amor hacia él y al prójimo, sigue siendo como uno se ama a sí mismo. Jesús vino a cumplir hasta el último detalle del mandamiento principal de su Padre. No podía ser de otra manera. Lo nuevo no puede destrozar lo antiguo, sino que le da un nuevo sentido para poder vivirlo en plenitud. Por eso Jesús no destruye lo anterior, sino que enseña a vivirlo desde el corazón.
Desde ahí comprendemos lo que dice en Algo del Evangelio de hoy: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Me parece oportuno poder comprender en un lenguaje actual, sencillo y adaptado a nuestro modo de pensar, esta frase que necesitamos incorporarla a nuestra vida de fe, al corazón. Por eso, un modo de comprender mejor es decirla de otra manera, imaginando que la dice el mismo Jesús, te invito a escuchar, sería algo así, o por lo menos es lo que me sale: «Les aseguro que, si su manera de obrar no es distinta, no supera a la de los escribas y fariseos, no podrán vivir como hijos de Dios en esta tierra, se perderán de vivir este Reino de Dios desde ahora, este Reino de los hijos de Dios que se empieza a disfrutar acá, en la tierra, cuando se sale del esquema del cumplimiento, cuando es superado por el amor». También podríamos decir algo así: «No obren para cumplir, no hagan las cosas para cumplir, no obren solamente para quedarse en paz con ustedes mismos y mucho menos para aparentar ante los demás, sino que obren con deseos de glorificar a mi Padre que está en los cielos, de amarlo y complacerlo, porque esa es la actitud amorosa de los verdaderos hijos de Dios, así es como obro Yo», nos diría Jesús.
Debemos recordar que los fariseos eran los que obraban así, para cumplir, pensando que, simplemente por cumplir la ley, agradaban a Dios, una ley fría y casi muerta, olvidándose del alma de la ley que era el amor. Por eso eran capaces de olvidarse del amor al prójimo bajo pretexto de amar a Dios, por eso eran capaces de «lapidar» a los pecadores bajo apariencia de bien, creyendo que agradaban a Dios, que glorificaban a Dios, por eso fueron capaces de matar al amor, a Jesús, en nombre de una supuesta verdad. Muchos cristianos sin darse cuenta, a vos y a mí nos puede pasar lo mismo. Son los cristianos que hacen las cosas para calmar sus conciencias, para no quedar mal, para no pecar, para cumplir con los preceptos de la Iglesia, pero lo hacen o pueden hacerlo sin corazón, sin verdadero amor. Todas pueden ser buenas razones, pero no las que propone Jesús. Muchos de nosotros a veces hacemos las cosas así, sin alma, sin corazón, y las hacemos sin darnos cuenta. No vivimos como hijos con libertad, vivimos como esclavos obedientes, pero obedientes sin corazón, que obramos movidos por otros deseos.
Cuando vivimos así, es más lo que nos perdemos, que el mal que hacemos. ¡Cuánto amor nos perdemos! Por ahí no hacemos mucho el mal, no matamos a nadie, al contrario, podemos hacer el bien, pero nos perdemos lo mejor, la libertad de los hijos de Dios. Sé que es difícil lo que estás escuchando, pero de a poquito lo vamos a ir comprendiendo.
Por eso, retomando las palabras de hoy, el que es hijo de corazón no se preocupa únicamente por no matar físicamente a su hermano, sino que, además, no quiere matar a nadie con el corazón ni con el pensamiento ni con la mirada, ni tampoco matar el corazón de nadie. El que siente a los demás como hermanos, a pesar de cualquier diferencia, jamás querrá herir al otro, jamás estará en paz si alguien lleva una ofensa en el corazón y por eso se sentirá un hipócrita si se presenta frente a Dios Padre sabiendo que alguien tiene una queja contra él. Esto que parece una utopía irrealizable, ¿no te parece lógico? ¿No es lógico que Dios como Padre desee que todos sus hijos se lleven bien y que no se hieran mutuamente? ¿No pretendemos nosotros lo mismo con nuestros hijos de corazón y con nuestros hijos de la sangre? ¿O somos felices si nuestros hijos se pelean entre ellos?
No alcanza con no matar, no podemos ser tan mediocres de conformarnos con no matar a nadie, Jesús vino a enseñarnos algo más profundo. No matemos a nadie con el pensamiento, ni con el corazón, ni con los ojos; no matemos a nadie con nuestras palabras. Así seremos verdaderos hijos de Dios en la tierra y empezaremos a vivir la alegría de las bienaventuranzas desde ahora, siendo sal y luz del mundo, hasta que lleguemos a la eterna felicidad.