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X Lunes durante el año

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»

Palabra del Señor

Comentario

Podríamos tomar las enseñanzas de san Alfonso María de Ligorio que nos enseña que nuestra santidad, la perfección de la santidad se basa esencialmente en amar a Dios. “Tengan caridad que es el vínculo de la perfección”, decía san Pablo a los Colosenses. Pero toda santidad se basa en conformar nuestra voluntad a la de Dios. Nuestra voluntad en definitiva es un efecto del amor. Agrada a Dios nuestras obras, sacrificios, obras de caridad, pero solamente cuando están conforme a su voluntad. Por ejemplo, pongamos a este caso, dos criados que tiene un amo, uno trabaja sin descanso pero hace lo que quiere y el otro hace poco pero obedeciendo. ¿Cuál de los dos está viviendo mejor su santidad? Por supuesto que el que obedece. Si nuestras obras no abundan en gloria a Dios, si no están conformes a su voluntad, ¿de qué sirve?

Bueno, empecemos este lunes así, tomando algo del Evangelio de ayer, “¿quiénes son mi hermano, mi hermana y mi madre si no aquellos que cumplen la voluntad de mi padre?”. Finalmente somos hermanos de Jesús, vivimos la santidad cuando vivimos conforme a su voluntad. Por eso es importante que nos preguntemos hoy si estamos cumpliendo la voluntad de Dios. Más allá de las cosas que hacemos, estamos haciendo lo que Jesús quiere.

Bueno, al mismo tiempo comencemos esta semana con otro corazón, con otras ganas. Y empezamos también cambiando de evangelista, de aquel que nos relata lo que Jesús hizo. Empezamos a escuchar a Mateo, el gran Sermón de la Montaña y durante casi tres semanas, preparémonos porque nos vamos a maravillar. Tres semanas estaremos escuchando, leyendo, meditando los capítulos 5,6 y 7 de este evangelista. En donde Jesús comienza este lindo discurso con las conocidas Bienaventuranzas. Será en este Sermón de la Montaña donde aprenderemos a ser hijos de Dios, a vivir conforme a la voluntad del Padre. Escuchemos bien: aprenderemos a ser hijos de Dios.

Donde Jesús nos abrirá su corazón para que aprendamos a vivir como él y ser verdaderamente hijos y no esclavos. Hijos que aunque parezcan que hagan poco, queremos hacer su voluntad. ¡Qué lindo empezar estos días así! Jesús se llevó a la multitud y a sus discípulos a la montaña. Los sacó de donde estaban para que puedan escucharlo mejor. Nosotros, en estas semanas, intentaremos hacer lo mismo. Intentemos dejarnos llevar por la dulzura de sus palabras. Jesús sube a la montaña para que nosotros también subamos, salgamos de nosotros y nos sentemos a su alrededor y empecemos a escuchar estas palabras que salen del corazón de Hijo, de un corazón grande, que se siente Hijo, que vive como Hijo y que quiere transmitirnos esa vida de los hijos de Dios a cada uno de nosotros, porque solo él cumplió la voluntad del Padre.

Las Bienaventuranzas son el preámbulo a todo lo que vendrá. Son el corazón del evangelio, el rostro de Jesús. Son, en realidad, promesas que él nos hace para que podamos vivir como él. ¡Qué maravilla! ¡Qué lindo! Promesas, no mandatos. Promesas de vida, de felicidad. ¿Cómo entender estas promesas tan particulares? ¿Cómo entender estas promesas que lo que menos parecen al comienzo es que hablen de felicidad o por lo menos hablan de una felicidad que no nos propone este mundo? ¿Cómo comprender que seremos felices si somos humildes, misericordiosos, pacíficos, pacientes, afligidos, deseosos de santidad, puros e incluso perseguidos a causa de su Nombre? ¿Cómo explicarle esto a un mundo que cree que ser feliz es ser poderosos, implacable, perfecto, estrictamente justo, haciendo lo que se quiere, e incluso buscando la propia felicidad a costa de los demás?

La verdad que es difícil. No solo le costó a Jesús, le cuesta a la Iglesia, me cuesta a mí y a vos. Pero bueno, no renunciemos a intentarlo, a hacer el esfuerzo, a subir a la montaña. Es fácil quedarse abajo y no luchar y seguir hablando. Es fácil ni siquiera hacer el intento. No lo vamos a lograr solo hoy, por supuesto, sino que durante estas semanas iremos lentamente “desmenuzando” el corazón de Jesús. Para no hacerlo largo e ir terminar Algo del evangelio de hoy, te cuento que la clave para entender las Bienaventuranzas es el mismo Jesús. Porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas. Y por eso mirándolo a él, sabremos lo que es ser pobre de espíritu, paciente y manso de corazón, lo que significa ser consolados, tener hambre y sed de justicia, ser misericordiosos, puro de corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Mirándolo a Jesús no necesitaremos ser expertos en teología para comprender las bienaventuranzas y querer vivirlas, sino que nos daremos cuenta de que son el verdadero camino de la felicidad, que anhelamos y muchas veces no sabemos encontrar.

Esa es la clave creo yo. Es verdad que podemos explicarlas una por una, pero para eso hay muchos libros escritos. Lo que podemos hacer nosotros en estos pocos minutos es rezar con esta verdad, es mirarlo a Jesús para que él nos introduzca en este misterio de sabiduría divina que viene a liberarnos de nuestras falsas felicidades, que lo único que hacen, a veces, es que encontremos la infelicidad.

¿Vamos juntos a subir la montaña?