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XI Jueves durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.

Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Palabra del Señor

Comentario

Subiendo la montaña vivimos diferentes sensaciones y estados de ánimo, decíamos el otro día. Empezamos en general entusiasmados, con ganas de llegar, mirando la meta, mirando la cumbre. La cumbre se transforma como el imán que nos atrae para que, cuando nos gane el cansancio, pensemos únicamente en lo más importante, en llegar.

En este camino espiritual que venimos haciendo estas semanas, escuchando el Sermón del Monte, la cumbre es para nosotros, los hijos de Dios, llegar a estar con Jesús, llegar a disfrutar de su presencia, de sus palabras, que nos conducen al Padre, pero, en definitiva, vivir como él, vivir como hijos de Dios. Acordémonos que decíamos que por momentos la montaña se vuelve escabrosa, difícil, cansadora, como la vida, como la vida espiritual de los que tenemos fe. Lo que al principio era entusiasmo, de a momentos se vuelve tedio, nos tira para abajo, nos desanima. No estamos siempre igual, no podemos ser tan ingenuos. No somos máquinas, no somos robots. Cuando se está cansado, también es lindo frenar en el camino para tomar un poco de aire, para descansar un poco y mientras se descansa mirar el paisaje, mirar y contemplar lo caminado para recobrar fuerzas y ánimo y poder seguir.

Algo parecido creo que pasa hoy en este discurso de Jesús, pareciera que hoy nos da un respiro, nos viene un poco de aire fresco. Después de escuchar palabras difíciles, complicadas de aceptar y vivir, Jesús nos enseña a respirar. Sí, a respirar. Porque la oración, el diálogo con el Padre es el aire de nuestra vida interior, de nuestra vida de fe, el aire para los pulmones del alma. Pareciera como que Jesús nos enseña a tomar aire, quiere que aprendamos cómo hablarle a nuestro Padre, cómo debe hablarle un hijo de Dios a su Padre. No nos enseña una fórmula mágica para que podamos conseguir lo que queremos; no nos enseña una oración para que aprendamos de memoria y la recemos todos los días solamente para cumplir con nuestra obligación de cristianos; no nos enseña simplemente una serie de palabras que nos aseguran la salvación. Nos enseña algo más grande, más profundo, nos enseña a respirar, nos enseña lo esencial de la vida de hijos, de la vida sobrenatural. Nos enseña a desear lo fundamental, nos enseña a pedir lo esencial y por lo tanto, nos enseña, abriéndonos su corazón, lo más importante para vivir como hijos del Padre; desear primero, antes que nada, lo mejor para nuestro Padre y, finalmente, pedir lo necesario para ser hijos de corazón y no solo de palabra.

El Padrenuestro, es verdad, es sencillo, simple, pero contiene todo. Justamente ahí está su maravilla, en la simplicidad y en la sencillez. Todo está en estas palabras. Toda nuestra vida debería ser un desear y pedir lo que nos enseña el Padrenuestro, lo que dice el Padrenuestro. El Padre sabe todo, él, que ve en lo secreto, sabe el secreto de nuestras vidas, de la tuya y de la mía, el secreto que ni siquiera nosotros a veces podemos descubrir.

Hoy, por eso, respiremos aliviados, respiremos en medio de la montaña, aire fresco. Dejemos que la brisa nos toque la cara y nos dé un poco de paz. Respiremos con la mejor oración que podríamos imaginar, la oración que salió de los labios del mismo Jesús, nada ni nadie puede superar la oración salida del corazón del mismísimo Hijo de Dios.

Padre Nuestro, Padre de los que amamos y de los que nos cuesta también amar. Padre de buenos y de los malos. Padre de todos, enséñanos a respirar con esta oración salida de los labios de tu hijo Jesús, de nuestro buen hermano. Enséñanos a que cada día aprendamos a rezar con el corazón, de verdad. Basta de palabras vacías, basta de palabras repetitivas que no llegan al alma y no llegan al corazón. Basta de hijos que le rezan a un Padre que no conocen ni quieren conocer. Nosotros, Señor, queremos conocerte y darte gloria. Padre, queremos dar gloria a tu nombre, que tu nombre sea conocido. Queremos dar gloria con nuestra propia vida, con nuestras obras, queremos que tu nombre sea santificado, conocido, amado. Queremos ser hijos y vivir como hijos.

Queremos reconocer a todos como hermanos. Por eso, Padre, te volvemos a decir con todo el corazón: Enséñanos a rezar. ¿Te acordás, Padre, que los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñe a rezar? Bueno, hoy nosotros, todos los que escuchamos tu Palabra cada día, tu Palabra que nos llega a través de las Escrituras, queremos también pedirte que nos enseñes a rezar, que Jesús nos enseñe a rezar en el Espíritu Santo, porque nada puede salir de nuestros labios bueno si no es movido por el Espíritu Santo. Solo el Espíritu Santo nos hace clamar, en el fondo, «Abba», es decir, Padre. Papito, sos nuestro papá. Queremos vivir como hijos y comportarnos como hijos.

Que hoy el Padrenuestro sea la respiración de nuestra alma, sea ese breve descanso para juntar fuerzas y seguir caminando.