Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que, con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Palabra del Señor
Comentario
Subir montañas cuesta, es lindo, pero cuesta. No hay que negar la realidad. Cuando uno sube una montaña, a veces el camino se pone escabroso, difícil, no todo es fácil. Cuanto más se sube, podríamos decir que más difícil se hace el andar. Esta imagen me sirve para decir esto: estamos en la parte escabrosa del Sermón de la Montaña –por ahí no es una palabra feliz, pero es la que me sale–, es una de esas partes más difíciles; en realidad, digamos así, es la parte más difícil. La cuestión se pone difícil, se pone mucho más dura. Lo experimentamos ayer, porque no es fácil aceptar que hay que amar a todos, no es fácil entender que hay que amar incluso hasta a los enemigos. No es fácil creer en un Dios que es Padre de todos, de malos y buenos, que cuando se trata de amar, no hace diferencia como lo hacemos nosotros. No es fácil enamorarse de un Padre que mira con corazón de enamorado a todos, incluso al que vos y yo, por débiles, podemos despreciar o, incluso, ignorar. Por eso no todos llegan a comprender este Sermón, no todos saben vivir como hijos de Dios, no todos quieren llegar a la cumbre de la montaña, muchos abandonan por el camino, al ver que se pone difícil. Todos somos hijos, pero no todos queremos o pretendemos vivir como hijos de Dios.
No sé qué estarás pensando al escucharme, a veces me intriga lo que piensa cada uno de los que escuchan estos audios, pero sería imposible saberlo, no importa, en realidad. Pienses lo que pienses, te invito a que sigamos escuchando, sigamos subiendo, aunque se ponga difícil; hagamos el esfuerzo, aunque a veces nos cansemos y no queramos escuchar más. Lo escabroso, lo difícil pasa y lo lindo va llegando de a poco. No hay nada tan maravilloso como llegar a la cima de una montaña y poder ver todo lo que se hizo desde arriba, con el corazón sereno, desde otra perspectiva.
En Algo del Evangelio de hoy, más allá de que Jesús habla de las tres ya conocidas prácticas de piedad cristianas que reforzamos siempre en la Cuaresma, oración, limosna y ayuno, el corazón de la palabra está, me parece, en otro lado, contenida en esta frase: «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos». Ahí está la clave. ¡Tengan cuidado! Eso quiere decir que el peligro siempre está presente, el peligro de equivocarse aun con buenas intenciones, aun haciendo cosas buenas. Aun cuando rezamos, damos algo a los pobres, aun cuando podemos privarnos de algo por amor a los otros. ¡Tengamos cuidado! ¿De qué? Tengamos cuidado de no ser hijos vanidosos, o sea, de poner nuestra satisfacción en que vean lo que hacemos, que nos reconozcan, que nos tengan en cuenta, que nos palmeen la espalda como signo de reconocimiento. Un hijo de Dios en serio, un hijo de Dios no encuentra como primera medida, su satisfacción en que sus hermanos lo aplaudan y vean lo bueno que es. El buen hijo de Dios se alegra, se conforma, se reconforta con saber que su Padre lo ve y sabe todo, aun cuando nadie en este mundo lo vea.
¿Sabés qué nos pasa cuando vivimos de cara a los demás, o sea, cuando vivimos esperando ser reconocidos por los otros, algo que hacemos incluso inconscientemente, sin darnos cuenta? Nos pasa que nos podemos decepcionar muy fácilmente, muy seguido, porque no siempre nos reconocen todo lo que creíamos que nos merecíamos y podemos quedarnos con muy poco, porque el reconocimiento humano es pasajero y muy cambiante. El que hoy nos reconoce, mañana nos puede desconocer.
Por eso Jesús, es el Hijo que no buscó otra cosa que la gloria del Padre, él mismo, nos enseña el camino de la felicidad interior, de la felicidad verdadera y duradera. Vivir de otra cosa, vivir de la recompensa secreta del Padre del Cielo. Vivir de la recompensa secreta de nuestro Padre. ¿Y cuál es la recompensa?, nos podríamos preguntar.
Nada más ni nada menos que su amor, la satisfacción de saberse amado siempre, digan lo que digan, piensen lo que piensen los demás y la satisfacción de vivir intentando agradarlo a él y a nadie más, solamente a nuestro Padre que está en los cielos. Tu Padre, nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará… Esto no quiere decir que nos dará «cosas» materiales, sino que nos dará su mismo amor. Se nos dará él mismo por medio de su Hijo y el Espíritu Santo, esa es la gran recompensa del que se siente hijo y vive como hijo. ¿Nos parece poco?
Probemos hoy vivir de cara al Padre, probemos vivir haciendo todo sabiendo que nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará. No andemos buscando la recompensa de los demás, no pretendamos que los otros sepan lo que hacemos solo por amor, porque en el fondo cuando pretendemos ser reconocidos por otros estamos manifestando que no estamos haciendo las cosas con gratitud y por gratuidad, por amor puro.