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XI Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

Palabra del Señor

Comentario

Cuando subimos a la montaña y vamos avanzando en el camino, decíamos que a veces las cosas se ponen difíciles, porque todo tiene su dificultad; subir cuesta, pero a veces también encontramos, decíamos, «respiros» por el camino, y es bueno frenar en la montaña para respirar, no se puede subir todo de golpe. Dice un viejo lema en aquellos que andan por la montaña: «Hay que subir como ancianos para llegar como jóvenes». La montaña no se puede correr, en la montaña no vale la pena acelerar el paso. Simplemente hay que mantener un paso constante y firme, pero lento. Así es como se sube también en el camino de la fe, de a poquito, despacio.

Y ayer utilizábamos esa imagen del respirar para pensar en la gran oración del Padrenuestro, el modelo de toda oración cristiana que nos enseñaba Jesús como un respiro para nuestra alma en el camino de la vida, en el camino de cada día, como un respiro del corazón.

Y hoy podemos seguir utilizando la imagen de la montaña para pensar que en la montaña, entonces, si tenemos que ir ligeros y despacio, no vale la pena llevar muchas «cosas», vale la pena llevar estrictamente lo necesario, lo indispensable para caminar, alimentarnos y seguir.

A la montaña no hay que llevar cosas que no utilizaremos, no hay que cargar de más, no hace falta cargar tanto peso; porque, en definitiva, si seguimos con la imagen de la montaña para llegar a Jesús, lo importante es llegar a él. No importa llevar muchas cosas, sino estar con él y escucharlo, por eso ¿qué sentido tiene llevar tantas «cosas» si nos queremos encontrar solo con Jesús? ¿No es acaso él nuestro tesoro, no es acaso él nuestra meta, la cumbre?

Por eso, en Algo del Evangelio de hoy, Jesús nos invita a que pensemos dónde tenemos nuestro corazón; porque, en definitiva, donde esté nuestro corazón, estará nuestro tesoro y al revés, donde esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón. Allí donde ponemos nuestras fuerzas, nuestros deseos, nuestras metas, logros y proyectos; ahí en definitiva está nuestro corazón, ahí ponemos, como decimos, todas nuestras energías.

Y por eso Jesús nos dice: ¿qué sentido tiene que acumulen cosas: títulos, fama, «palmaditas en la espalda», aplausos, elogios, cosas materiales?, ¿qué sentido tiene?, si, en definitiva, lo que importa es que tu Padre, que ve en lo secreto, te recompense. ¡Cómo nos cuesta esta palabra en el mundo de hoy!, donde, todo lo contrario, se nos invita a acumular y acumular, se nos hace tener miedo porque no sabemos nunca lo que pasará y por eso es bueno estar seguros a través de las cosas materiales y a través del prestigio que el mundo nos dice que tenemos que ir ganando. Las enseñanzas del mundo son totalmente contrarias a las enseñanzas de Jesús, por lo menos en este aspecto. No sirve de nada acumular si en realidad no acumulamos lo más importante, no acumulamos amor, no acumulamos deseos de estar con Jesús. En definitiva, nuestro camino en esta vida se puede truncar en cualquier momento, no lo sabemos.

Si lo que importa es encontramos con Jesús, entonces ¿por qué seguimos poniendo nuestro corazón en las cosas de la tierra, cosas que son pasajeras, muy buenas por ahí, pero que en definitiva nos la pueden robar?

¡Qué lindo es que tengamos la «lámpara» del cuerpo que es el ojo, puro para ver lo que realmente importa en nuestra vida, puro para descubrir en dónde tenemos que poner nuestra fuerza, nuestro tesoro, puro para poder ver que somos hijos de Dios y que, en definitiva, no podemos olvidarnos de lo más importante, lo único importante, esencial en nuestra vida es que vivamos como hijos y que sintamos la alegría del Padre hacia nosotros porque vivimos y nos comportamos como hijos.

Por eso en el camino de la vida te habrá pasado que podemos encontrarnos muchos hijos de Dios que son felices con muy poco, que no necesitan mucho para ser felices, y todo lo contrario, podemos encontrar, incluso vos y yo, muchas personas que tienen todo, que no les falta nada, incluso lograron todo lo que desearon en la vida y, sin embargo, no terminan de estar felices, porque en definitiva no aprendimos a poner nuestro tesoro, nuestro corazón en lo que realmente importa.

Por eso, la lámpara del cuerpo es el ojo, tenemos que aprender a ver con ojos de hijos de Dios toda la realidad, aprender a aceptar lo que nos toca vivir, aprender a caminar despacito, sin frenar para poder llegar, a no bajar los brazos, a levantarlos cuando estamos caídos, a animarnos cuando estamos cansados.

El Sermón de la Montaña es un pequeño caminito para que descubramos lo esencial de nuestra vida y que no acumulemos cosas que acá en la tierra son pasajeras. Todo es pasajero, lo único que no pasa es que somos hijos y que tenemos que imitar al Hijo del Padre que es Jesús y que tenemos que llegar a nuestro Padre del cielo para darnos un abrazo que dure toda la eternidad. Ese es el verdadero tesoro.