Algunos escribas y fariseos le dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo.»
El les respondió: «Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.»
Palabra del Señor
Comentario
Sería lindo que empecemos esta semana retomando una imagen del evangelio de ayer, que es una maravilla, que atrae tanto y da para tanto, y la conservemos como hilo conductor de todas las reflexiones de estos días. Acordate que, para la escucha diaria de la palabra de Dios, hace muy bien, acordarse de imágenes o podríamos decirlo al revés “no olvidar”. Recordá la imagen de ayer, “María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra” Esta es la imagen que quiero que conservemos en estos días. De Marta ya tenemos mucho, tenemos demasiado. Ayer a la salida de misa, una joven me dijo: Padre, la misa de hoy fue para mí, parecía que era para mí (se refería a la palabra), yo soy muy Marta. Me reí y le dije: No te preocupes, que todos somos un poco Marta, nadie se salva de esa Marta que llevamos en el corazón.”
Pero por eso, no nos quedemos con Marta, sino con María. Estemos esta semana a los pies de Jesús, como actitud interior, como deseo del corazón. Escuchemos su Palabra, no demos tantas vueltas, dejemos un poco lo que tenemos que hacer, no busquemos excusas. “Una sola es necesaria” Aprendamos a elegir la mejor parte, aprendamos a elegir todos los días lo mejor, lo que nos hace bien, lo que más nos acerca a Jesús, lo que más nos acerca a los demás, lo que más nos acerca a nosotros mismos. No esperemos a estar mal para darnos cuenta que hay “una sola cosa necesaria”, no esperemos a estar a las corridas andando como sin un sentido para darnos cuenta que solo hay una cosa que tiene sentido pleno.
No seamos como los fariseos que viendo tanto y todo, todo lo cuestionaban, todo lo criticaban. No seamos como los fariseos del evangelio de hoy, que viendo milagros piden más. ¿Es posible tanta cerrazón, tanta dureza y tanta insatisfacción? Es posible. Es posible ser así de cerrado, es posible no ver lo que todos ven, es posible vivir en tu propio mundo y no ver más allá. Todo es posible en este mundo y en la condición de debilidad en la que vivimos. Este tipo de personas abundan en la tierra. También abundan en la Iglesia. Podemos ser vos y yo.
Nosotros los católicos podemos ser los fariseos de ahora. Nosotros los católicos podemos ser parte de este estilo de personas, “de esta generación”, que no se conforma con nada y como cree que tiene todo, nunca le alcanza nada. En cambio, aquel que sabe que le falta mucho, todo lo que recibe le alcanza. ¡Qué lindo es encontrar personas que no reclaman nada! Que aprenden a vivir con lo que tienen y Dios les dio. Y no me refiero a lo material, sino a los bienes espirituales. Son las personas que saben amar, porque saben recibir lo que el otro le puede dar, que no siempre es lo que hubiese querido recibir.
En cambio, el fariseo, el fariseísmo, busca siempre más, pero justamente porque no valora lo que tiene. Lo tiene a Jesús y pretende algo más todavía. Es la ceguera de la soberbia. Jesús se enoja con ellos. No le gusta este pedido innecesario. Y nosotros ¿Qué andamos pidiendo? ¿Qué le andamos reclamando a Dios? ¿No será que ya nos dio bastante, pero nosotros por necios y quejosos, por andar como Martas, todavía no nos damos cuenta?
Elijamos la mejor parte, la de María. El que sabe andar por la vida a los pies de Jesús y los demás, no pretendiendo que los demás estén a sus pies, es el que sabe amar y escuchar. Es el que no se queja, porque todo es oportunidad para escuchar y amar. Es el que no mira lo que no hace o debería hacer el otro, sino que es feliz con lo que él hace por amor a Jesús.
Ahí está la diferencia. Que hoy cuando te encuentren, todos los que te vean, sientan que vale la pena “estar a los pies de Jesús”, porque da serenidad para andar por la vida olvidándonos de lo que nos falta y disfrutando lo que ya tenemos.