Se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?»
Jesús le dijo: « ¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos.»
«¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.»
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.
Palabra del Señor
Comentario
Empecemos esta semana con muchos deseos de seguir escuchando la Palabra de Dios, de seguir aprendiendo de ella, de todo lo que nos dice. No bajemos los brazos, no nos olvidemos de todo lo que nos ayuda, no nos dejemos vencer por el desánimo y la apatía de nuestro corazón y de lo que nos rodea. La Palabra es guía constante, es espejo, es alegría, es consuelo, es abrazo, es corrección, es bálsamo.
Te propongo que en esta semana nos acompañe un versículo del salmo 118 donde dice: «Aparta de mí las cosas vanas, vivifícame con tu palabra». Esa va a ser nuestra petición de fondo en toda esta semana, pedirle al Señor, nuestro buen Dios, que aparte de nosotros las cosas vanas, las cosas que nos van quitando la vida, la fuerza que nos van desgastando. Lo vano, lo vacío, lo superficial, lo frívolo, lo insustancial, es lo que nos desconecta de nosotros mismos y, finalmente, nos quita vida del corazón; por eso pedimos también: «vivifica», danos vida, devolvenos la vida de a poquito con tu Palabra, esa vida que vamos perdiendo porque, en el fondo, nos perdemos en las cosas de este mundo, pero que al final nos quitan la vida o nos pueden desviar del camino que nos propone Dios Padre, una vida más plena, más duradera, más feliz. Pidamos esto hoy todos juntos, que aparte de nosotros todas las cosas que nos alejan de él para que podamos tener una vida distinta y que, al mismo tiempo, seamos nosotros los que nos apartemos de las cosas que no nos hacen bien.
Escuchamos en Algo del Evangelio de hoy este diálogo tan profundo entre este hombre que no se dice quién es y que es un hombre que, de algún modo, nos representa a todos nosotros –a vos y a mí–, este hombre que le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para ganar la Vida eterna, qué tiene que hacer –diríamos nosotros hoy– para ir algún día al cielo, para llegar a ese lugar de paz definitivo, a ese lugar de gozo pleno que todos deseamos. El hombre pregunta qué debe hacer para alcanzar una vida más plena después de la muerte; y Jesús le redobla la apuesta proponiéndole una vida que desde ahora empiece a ser plena y no se conforme con tan poco, con cumplir. Este hombre, vos y yo, quiere o queremos saber qué cosas hay que hacer, qué obras buenas tenemos que hacer; y Jesús termina invitándolo a un gran desafío, a una aventura increíble, a seguirlo, algo muy distinto.
Este hombre dice «haber cumplido con todos los mandamientos», se considera muy cumplidor, en el fondo por ahí muy perfecto; pero sin embargo le faltaba algo. No estaba pleno, no estaba completo y por eso Jesús lo invita a «vivir» las cosas, no a cumplirlas, y lo anima a buscar la perfección que brota desde el Evangelio, la perfección de la santidad, que es muy distinta a una perfección moral o a un puritanismo.
El hombre, finalmente, se fue triste porque no se animó a dejar nada, se aferró a lo que tenía y a lo que consideraba importante, se olvidó del tesoro del corazón, no se dio cuenta de lo que Jesús le tenía preparado, el amor que podía dar y que tenía para dar. Eso es lo que provoca en nuestra vida el aferrarse a lo que consideramos un bien, tanto material como espiritual, cuando en realidad el verdadero Bien es él y no son nuestros logros o no son cosas. Bueno… ¿y nosotros? Nosotros también queremos tener tesoros en la tierra sin darnos cuenta, tener y dejar cosas que perduren, «acumular», que nos reconozcan, «asegurarnos» de algún modo el futuro –un futuro del cual paradójicamente no tenemos control, pero sin embargo queremos controlar–; y por eso Jesús, el único verdaderamente libre, nos invita a no acumular tesoros en la tierra, sino acumular tesoros en el cielo por medio del amor y, especialmente, mediante el amor que damos a los que más lo necesitan, a los que les tocó, por decirlo de alguna manera, la más difícil: los pobres.
Nosotros muchas veces nos conformamos con «cumplir» y creemos que con eso alcanza, y en cierto modo es verdad, porque nos alcanza para llegar al cielo; pero Jesús nos propone vivir el cielo aquí, en la tierra, seguirlo para alcanzarlo a él, desde ahora, en este momento.
Nosotros muchas veces queremos todo, pero sin dejar nada, queremos una felicidad desde nuestra seguridad, viviendo incluso vanalidades. Y por eso nuestro Maestro nos propone dejar cosas, como lo hizo él, pero para ganar todo, nos propone una felicidad, abandonando nuestra mayor riqueza de la que a veces nos aferramos tanto: la seguridad en nosotros mismos.
Entonces, ser cristiano finalmente es seguir a Jesús –la persona más amada por los hombres de todos los tiempos– no es solamente «cumplir» los mandamientos. Ser cristiano es seguir a una Persona, no una moral, no una ética. Ser cristiano es amar a los más pobres dejando algo por aquellos que les tocó algo distinto y se les hace más difícil que a nosotros. Ser cristiano es ser libre para elegir siempre lo mejor, haciendo que nuestra voluntad se corresponda al deseo de Dios.
Pidamos hoy todos juntos al Señor que nos ayude a ser desprendidos, a despojarnos de lo que nos da una supuesta seguridad y poder así querer encontrar esta felicidad solo en él, dejando algo, todo, para encontrarlo a Jesús.