Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor
Comentario
Terminamos de escuchar este domingo el llamado «Discurso del Pan de Vida», ese discurso que Jesús había comenzado después de la multiplicación de los panes y del frustrado intento por hacerlo rey y en donde termina presentándose finalmente como el alimento que da la Vida eterna ante la sorpresa de muchos. Lo extraño de todo esto es que Jesús se queda casi solo, habiendo estado rodeado de miles. Empezó dándole de comer a cinco mil hombres y se quedó finalmente con doce, o no sabemos bien con cuantos, pero por lo menos con los doce y unos pocos más.
Podríamos preguntarnos: ¿Y el marketing de Jesús? Totalmente desaprobado. Se ve que, menos mal, no había estudiado esa materia o no le interesaba mucho que digamos; o, dicho de otra manera, que el marketing de este mundo no cuaja con la lógica de Dios. Al contrario, Jesús no afloja ante la realidad de que todos se alejan cuando lo que dice parece muy difícil o duro de escuchar. Dice así Algo del Evangelio: «¡Es muy duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?», decían incluso los mismos discípulos. Sería como decir: «No se entiende mucho. ¡No atrae, no atrae lo que dice! Mejor nos vamos, mejor me voy». Pienso que Jesús podría contestar algo así: «¡Claro que no atrae! Yo les había dicho que nadie viene a Mí, si mi Padre no lo atrae». La cuestión digamos que pasa por otro lado. Por eso es lindo seguir este consejo de san Agustín que dice así: «¿No te sientes aún atraído? Reza para ser atraído». Finalmente, también a la oración podemos utilizarla como un medio para ser atraídos por el Padre, para que las palabras de Jesús nos cautiven el corazón y podamos entrar en su lógica, que es muy distinta a la de este mundo.
Un Jesús que no teme quedarse solo por el hecho de que los demás no comprendan su lenguaje, no crean y murmuren de Él por haberse presentado como el alimento del mundo, como el alimento del corazón. Él no tiene miedo a eso, al contrario, cuestiona a los discípulos para que finalmente tomen una decisión, los lleva hasta el límite para que se jueguen realmente por Él. Y, por otro lado, algunos discípulos murmuran y se van; y otros, se quedan, dándose cuenta de que no hay otro lugar mejor donde estar que con el mismo Jesús. No todos reaccionaron de la misma manera, pero la realidad es que fueron los menos los que decidieron seguirlo después de haber escuchado ese discurso; por eso, humanamente hablando, a Jesús podríamos decir que no le fue muy bien, como a muchos santos. Cuenta el mismo Don Bosco que ante el éxito espiritual de su obra del oratorio cuando reunía a los niños despojados de esa época y a los adolescentes y jóvenes para instruirlos, para darles las enseñanzas de catecismo, para sostenerlos, muchos lo trataron por loco, incluso lo fueron abandonando los más cercanos. Cuando realmente comprendemos el lenguaje de Dios y hacemos lo que Él nos enseña, también podemos quedarnos solos.
¿Y nosotros? Ante la pregunta de Jesús: «¿También ustedes quieren irse?». ¿Qué vamos a hacer?, preguntémonos. ¿Murmurar? ¿Cuestionar? ¿Buscar comprender? ¿Irnos? Nos puede pasar, tarde o temprano, nos tiene que pasar. Tenemos que vivir esa crisis de la fe, ese cuestionamiento donde finalmente nos preguntamos por qué seguimos a Jesús o, por lo menos, si queremos seguirlo realmente hasta el final. Es necesario a veces un sacudón cada tanto para darnos cuenta de ciertas cosas, para purificar nuestra mirada sobre Dios, para descubrir a qué Dios seguimos o en qué Dios creemos.
En realidad, diría que no hay que buscar comprender demasiado, de manera clara y evidente, al modo de la ciencia. Lo más lindo es dejarse atraer para creer, porque nadie va a Jesús, si el Padre no lo atrae. El camino natural es el de creer antes que comprender, o dicho de otro modo se comprende creyendo, confiando. El confiar nos abre el corazón a una dimensión nueva que nuestra inteligencia a veces se niega a explorar. Si no queremos creer, si no confiamos en las palabras de Jesús, por más que busquemos entender de mil modos, no entenderemos y tampoco creeremos verdaderamente.
Por eso es lindo terminar este día abriendo nuestro corazón y llenarlo de preguntas. ¿A quién vamos a ir si no vamos a Jesús? ¿Te preguntaste esto alguna vez? ¿A quién estamos yendo en este momento? ¿Para dónde va nuestro corazón que tantas veces anda buscando alimentos que no sacian? Esa es la gran pregunta que todos nos podemos hacer en este lindo domingo. Queremos gritar y sentir como Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna?». Señor, no dejes que nos engañemos a nosotros mismos. Ninguna otra cosa en la tierra puede saciarnos completamente. Ningún otro amor, ninguna otra cosa disfrazada de felicidad puede darnos tanta plenitud como la que brota de tu corazón enamorado del nuestro. ¿A dónde vamos a ir, Señor? O también podemos preguntarnos: ¿Para qué vamos a tantas cosas que finalmente nos dejan vacíos? ¿Por qué tantas veces nos alejamos de tu amor y nos perdimos la oportunidad de estar con Vos, de ir hacia Vos?
Jesús, queremos decirte desde el corazón, confiados, como Pedro, casi sin pensarlo, pero llenos de certezas: «No queremos ir a ningún otro lado. No nos dejes caer en la tentación de buscar y escuchar palabras vacías. No nos importa que seamos pocos, que pocos te entiendan, que pocos crean o que muchos dejen de creer. Nosotros queremos creer, confiar y aceptar que sos nuestro verdadero alimento y que, para entrar en profunda comunión con la Vida que nos trajiste, debemos dejarnos enamorar por tu amor, por tu Padre».