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XXVII Domingo durante el año

Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»

Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»

Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».

Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».

Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.

Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor

Comentario

Te propongo hoy –y me propuse– responder a tres preguntas que se me ocurrió hacerle al texto de hoy para que podamos comprender lo que Jesús nos quiere enseñar como Maestro; porque sus palabras son pedagogía del corazón, nos quieren moldear el corazón. Así como en la creación Dios moldeó al hombre y lo hizo a su imagen y semejanza, lo hizo varón y mujer, Jesús con sus enseñanzas nos quiere moldear el corazón que quedó roto y herido por el pecado para que tengamos un corazón semejante al suyo.

Y la primera pregunta desde Algo del Evangelio de hoy, para que nos hagamos todos, es la siguiente: ¿Qué es lo duro, lo difícil? ¿Lo que Dios nos enseña o nuestro corazón y nuestro entendimiento? Bueno, creo que no hay duda en responder que evidentemente los duros tenemos que ser nosotros, que tenemos que aflojar un poco, tenemos que abrirnos a su amor; no podemos pensar que Dios es duro, aunque a veces lo pensamos. Y es ahí donde se produce una gran traba en nuestro corazón, porque nuestros pensamientos finalmente lo endurecen. De hecho, Jesús lo dice así: «Fue debido a la dureza del corazón de ustedes…».

La ley de Moisés tuvo que cambiar porque el corazón de los israelitas era duro, el corazón de los hombres; las leyes de los hombres cambian no porque las leyes sean obsoletas, sino porque nuestros sentimientos y pensamientos cambian, se endurecen y finalmente buscamos adecuar todo a nuestros deseos. Como se dice por ahí, hecha la ley, hecha la trampa. Las leyes de Dios fueron modificadas en realidad por el hombre, no porque Dios sea un poco loco y cambie de parecer o se le vayan «ocurriendo» cosas distintas, sino porque nosotros somos los duros de corazón y nos cuesta entender la voluntad de Dios y llevarla a la práctica. Y sin querer, le echamos la culpa a Dios –y a veces a la Iglesia que la representa– de lo difícil que es el camino que él nos propone. Indudablemente digamos, y hay que decirlo con seriedad: el camino es difícil, pero no podemos pensar que Dios es duro con nosotros. ¿Qué clase de Dios sería si pensáramos así? Todo lo contrario; lo que Jesús nos enseña hoy es vital, lo que él nos dice, como enviado del Padre, es para nuestro bien, para nuestra felicidad, para el bien de toda la humanidad. Y de hecho podríamos decir que los males de la humanidad tienen que ver porque no nos abrimos a él: «No es bueno que el hombre esté solo, no es bueno que el varón y la mujer estén solos; por eso los hice el uno para el otro, y para que una vez se decidan y dejen todo para estar siempre juntos y formar una familia, hasta que la muerte los separe».

No nos olvidemos de esta verdad: Dios es bueno, sus palabras también, sus enseñanzas, sus preceptos dan vida, son para vivir mejor, para amar mejor. Somos nosotros, los hombres, los que no nos hacemos pequeñitos como los niños y no confiamos y creemos en lo que él nos enseña.

La segunda pregunta es: ¿cómo enseñar entonces esto que Jesús enseñó en este mundo, hoy concretamente? Ya sea a tus hijos, a tus conocidos, en la catequesis, en la Iglesia, en el trabajo… ¿cómo transmitir estas cosas que parecen tan duras? ¿Cómo transmitir esta verdad? Con amor. No podemos hablar del amor sin amor, hay que vivir de eso, hablando con amor del amor. Cuidado con los extremos, con las banquinas del camino; ni para un lado, ni para el otro. Uno de los extremos sería callar la verdad y no decir nada, o decir: «Da lo mismo todo», «mientras vos lo sientas, hacelo», «si sos feliz, yo soy feliz; entonces hago y hacé lo que quieras». Entonces finalmente no hay norma, no hay parámetro, no hay ley, no hay verdad; y la única ley finalmente somos vos y yo, lo que se nos ocurre. ¿Y Dios? Al costado del camino, en la banquina.

Y el otro extremo es hablar del amor sin amor, como decía. Juzgar, condenar, pararnos en un pedestal porque aparentemente o supuestamente estamos haciendo bien las cosas los que miramos a los demás de reojo.

De hace décadas que la Iglesia prefiere usar la medicina de la misericordia y no imponer las armas de la severidad.

¡Basta de condenar!, no hace falta decir mal las cosas para decir la verdad, no hace falta condenar para mostrar la verdad. Dios nos enseña con amor. La verdad está al servicio de las personas; no seguimos ideas, sino a una persona: a Jesucristo, que eligió el remedio del amor para curarnos del pecado y de la ceguera.

Y la última pregunta sería: ¿qué enseña Jesús al decir que no es lícito separarse y formar otro matrimonio? Enseña que el amor es sagrado finalmente y que el amor nos santifica. Enseña que el matrimonio cristiano es camino de felicidad; que él vino a corregir lo que se había desviado por la dureza del corazón humano y que se sigue desviando hoy, y no solo a corregir, sino a hacer del matrimonio una realidad sagrada. Jesús se toma el amor en serio y por eso lo cuida y por eso el amor es necesario para todos y es lo que nos lleva finalmente a la felicidad, lo que todos deseamos. ¿Y cómo Jesús no se va a tomar en serio el amor? ¿Cómo nosotros no nos lo vamos a tomar en serio el amor? Tomárselo en serio significa cuidarlo –por eso Dios lo cuida–, y cuidarlo quiere decir que no puede ser «descartable», no puede ser con «fecha de vencimiento».

Vos y yo necesitamos ser amados para siempre; nadie puede ser amado o quiere ser amado por un momento nada más, por unos años, nadie quiere unirse a alguien que ama y también, al mismo tiempo, es amado por el otro si no se toma en serio el amor por un tiempo. Por eso el matrimonio cristiano es de alguna manera una respuesta de Jesús a nuestra necesidad profunda de ser amados para siempre.

Las dificultades, los fracasos o los matrimonios que no perduraron hay que acompañarlos, por eso recemos por nuestras familias, recemos también por las familias que no pudieron vivir esta verdad. No están fuera de la Iglesia, no están rechazadas, no están condenadas; al contrario, la Iglesia las ama, la Iglesia los quiere acompañar, la Iglesia también debe recibirlos en su corazón.