Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que yo vea otra vez”.
Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Palabra del Señor
Comentario
La parábola que escuchábamos ayer, llamada «de los talentos», es uno de los pasajes de la escritura que, te diría, da para un libro. No escrito por mí, pero da para un libro. Tiene tanta riqueza, tiene tanto para desmenuzar y meditar, que haría falta mucho tiempo. Por eso, como venimos haciendo últimamente, retomaremos algo de este pasaje del evangelio del domingo en esta semana. No alcanza la vida y el tiempo para disfrutar de la Palabra de Dios. Y la alegría de un sacerdote es que cada uno también haga su parte, es que también vos vuelvas a desempolvar tu biblia, que vos te animes a encontrar detalles. Es que vos te animes también a preguntarle al texto qué te quiere decir en este momento para tu vida.
A mí me pasa a veces que quisiera decir mil cosas, pero no puedo. Me acuerdo el consejo de un sabio sacerdote, ya mayor, que me decía: «No te preocupes. Lo que no puedas decir hoy lo dirás mañana y si no, el año que viene». Por eso retomo algo de lo de ayer: «Llamó a sus servidores y les confió sus bienes». No es difícil darse cuenta que el hombre de la parábola es nuestro Padre, es Dios. Él nos confió sus bienes, son de él. Los talentos son de él, y eso es una linda noticia, una maravilla. Todo lo bueno que tenemos es dado por él y todo lo bueno que producimos es gracias a lo que él nos dio. Pobre aquel que se adueña de los bienes de Dios. ¡Qué soberbia! «Dios pone casi todo, vos y yo casi nada», dice una especie de dicho popular.
Gracias Señor por darnos tanto. Gracias por darnos tantos «talentos», tantos bienes espirituales que nos ayudan a ser lo que somos, por tener tantas personas que nos aman y nos ayudan a ser así. Empecemos este lunes dando gracias por lo que Dios nos dio, porque jamás podremos dar frutos verdaderos si no somos agradecidos y no reconocemos que todo es don; todo, menos el pecado por supuesto.
Y Algo del Evangelio de hoy es una de esas escenas tan lindas de la vida de Jesús, llena de detalles, que nos invitan a profundizar en lo que él dice para cada uno de nosotros, en lo que nos quiere decir hoy a nosotros. Esa es la clave, ese es el desafío. Que hoy podamos escuchar a Jesús y dejar que nos mire mientras nos preguntamos: ¿Quién soy yo en esta escena? ¿Cómo estoy viviendo y quién quiero ser también desde hoy en adelante? ¿Soy el cieguito que está al costado del camino que, aunque no puede ver a Jesús lo escucha cuando pasa y pregunta? ¿Pregunto dónde está Jesús? ¿Antes veía y ahora ya no veo más? ¿Perdí la capacidad de ver más allá, ese don que yo tenía por la fe, pero lo dejé apagar?
El cieguito recuperó la vista, quiere decir que posiblemente antes veía. Aunque no veamos bien, por lo menos tenemos que aprender a escuchar. Tenemos que escuchar que Jesús anda por ahí siempre. Está por allá también, está siempre. Tenemos que ser como el cieguito que ante la proximidad de Jesús no para de gritar y le importa muy poco que lo quieran callar. Yo quisiera tener esa fe, la fe de ese hombre que grita olvidándose de todo. No le importa la opinión ajena, no le importa nada, solo acercarse a Jesús.
¿Quién de nosotros puede decir con seguridad que siempre ve a Jesús en el camino de esta vida, que lo ve en todos lados? No pensemos como los que estaban ese día alrededor de Jesús y que además se dan el lujo de callar a los demás. Ellos también estaban ciegos, pero porque no veían al cieguito. Entonces… ¿quién es más ciego en esta vida? ¿Los que están ciegos y lo reconocen o los que dicen ver, pero en realidad no ven?
En el relato de hoy se termina percibiendo que, en el fondo, todos están ciegos, menos Jesús. Todos somos un poco ciegos y Jesús viene a curarnos de esa ceguera del corazón que nos tiene quietos, sin avanzar; tirados al costado del camino de la vida con fe, sí pero tirados, no haciendo nada, enterrando nuestro talento, siendo malos y perezosos; no haciendo nada por seguir.
Qué lindo sería también dejar que Jesús nos pregunte hoy: ¿Qué querés que haga por vos? ¿Qué necesitás de mí? Pensemos… porque Jesús nos da la oportunidad de que podamos pedirle aquello que realmente necesitamos. Pidamos ver un poco más, pidamos verlo a él, pidamos lo mejor.
Hay un verso de un himno muy lindo de la «Liturgia de las Horas» que dice así: «Y yo, como ciego del camino, pido un milagro para ver». Y me gustaría agregar: «Y yo, como ciego que cree que ve, pido un milagro para verte a vos, Señor, y a tantos ciegos del camino».
Que podamos ver lo que hace rato dejamos de ver o lo que nunca vimos. Que esta petición sea la más importante del día; que pidamos un milagro para ver a Jesús, para descubrirlo en nuestra vida. Que esta petición se nos transforme en oración, en diálogo amoroso, en un abrir el corazón para que él nos ayude a sacar lo que tenemos dentro, ahí guardado, y a veces no podemos decir. Él ya sabe lo que necesitamos, pero igual quiere que se lo digamos de corazón. Porque al decirlo, nos ayuda mucho más a nosotros que a él.