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XXXIII Martes durante el año

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.

Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.»Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Palabra del Señor

Comentario

«A cada uno según su capacidad», decía el evangelio del domingo. ¿Te diste cuenta de ese detalle que hace la diferencia en la parábola de los talentos? No dio a todos lo mismo. No pretende de todos lo mismo, sino que solo pretende que demos frutos de lo que percibimos. ¡Qué tiempo perdemos en la vida a veces, creyendo que somos más que otros por tener más talentos o convenciéndonos que somos menos por tener menos! ¿Quién es más y quién es menos?, es la pregunta. ¿El que tiene cinco es más que el que tiene uno? Vos no sos más que yo por tener más talentos, ni yo soy menos por tener menos. Esa, en realidad, es la mentalidad mundana y competitiva en la que vivimos y en la que a muchos les conviene estar, porque incluso esa manera de pensar genera muchas ganancias para algunos y pocas para otros. Esa es la cultura en la que nos fueron metiendo el alma y el corazón sin darnos cuenta y nosotros, incluso los católicos, fuimos comprando.

Dios no hace diferencias como la hacemos nosotros. Dios Padre no es malo por dar más a unos que a otros. Al contrario, es bueno porque da «a cada uno según su capacidad», ni más ni menos; lo que cada uno puede recibir y lo que cada uno tiene para dar. Dios no es un Padre generoso con unos y mezquino con otros. Sería terrible pensar así. Él da todo lo que cada uno puede recibir, porque, gracias a Dios –valga la redundancia–, somos distintos y de nuestras diferencias sale lo mejor para todos, para la humanidad. Él no exige más de lo que da. No cosecha donde no siembra, ni recoge donde no esparce. Ese no es nuestros Dios, sino el Dios del miedo, del perezoso de la parábola.

No perdamos el tiempo mirando lo que otros tienen o lo que otros carecen, sino más bien miremos lo que hemos recibido y aprovechémoslo con todo el corazón. No perdamos el tiempo amargándonos porque otros nos menosprecien o nos envidien, sino mejor, demos todo lo que recibimos gratuitamente.

Dos momentos fundamentales de Algo del Evangelio de hoy que nos pueden ayudar a reconocer en nuestra vida de fe lo que significa creer, lo que quiere decir ser cristiano; lo que significa verdaderamente haberse encontrado con Cristo, y que eso tenga consecuencias en nuestras vidas, cambios reales y no solo de palabra. Porque tener fe no es ni un sentimentalismo superficial que nos lleva a vivir como esclavos de lo que sentimos en cada momento: sin perseverancia, sin constancia, dejando de lado la verdad y el compromiso de amor que Dios nos pideÑ ni tampoco un aceptar verdades y doctrinas abstractas; que pueden ser muy lindas, pero que después no se traducen en un cambio de vida, en un compromiso real –especialmente con los que más sufren–, sino en una fe muy sabida pero poco vivida.

Dos frases del evangelio, que esconden dos verdades, pero llenas de vida, nos pueden ayudar a pensar y meditar en esto que te estoy contando.

Lucas dice que Zaqueo quería ver quién era Jesús, o sea, no podemos encontrarnos con él si no hacemos algo para verlo, para encontrarnos. Hay que querer para poder. «Dios pone casi todo; vos casi nada. Pero Dios no pone su casi todo si vos no pones tu casi nada», dice una frase. Zaqueo hace todo lo posible: era petiso y se sube a un árbol, fue empujado entre la gente y logró ver a Jesús. Puso su «casi nada». Jesús nos busca y la mayoría de las veces nos gana de mano, como se dice. Pero, al mismo tiempo, él lo puede ver porque Zaqueo hizo lo posible para verlo. Es un encuentro de esfuerzos. Tiene que haber algo de nuestra parte para crecer en la fe, para seguir encontrándonos con nuestro buen Jesús. No podemos conocerlo si no hacemos algo. Pensemos, son muchísimas las cosas que podemos hacer: la oración profunda y sincera, los sacramentos que tenemos y a veces desaprovechamos, la caridad, la posibilidad de amar a otros ahora, en este momento, a los que más sufren. Jesús está pasando siempre. Preguntémonos si hoy nosotros queremos verlo, si hacemos lo posible para verlo pasar por ahí o si nos creemos que ya lo conocemos totalmente.

¿Cuánto tiempo dedicamos a lo que nos gusta y cuánto tiempo al que debería gustarnos?

Dice también Lucas que una vez que Jesús estuvo en su casa, Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». El que conoce a Jesús, el que lo deja entrar en su casa es el que se reconoce pecador, necesitado de un amor más grande. Y por eso termina dándose cuenta que tiene que hacer algo, tiene que dar algo a los demás: bienes, dinero, tiempo, pero fundamentalmente el corazón. Porque se da cuenta que fue un mezquino, que enterró el talento durante mucho tiempo. No podemos ser cristianos en serio sin hacer nada, cerrando el corazón a tantos. Un corazón perdonado es un corazón arrepentido y un corazón arrepentido es un corazón agradecido. Un corazón agradecido es un corazón en el que entró Jesús. Y una vez que entra él, pueden entrar todos, incluso los que jamás imaginaste. Jesús no nos quita espacio de nuestra casa-corazón; al contrario, lo amplía, lo refresca, lo agranda. Hace de él una casa para todos.