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XXIII Jueves durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.

Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.

Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso».

Palabra del Señor

Comentario

Jesús no tuvo pelos en la lengua, como decimos popularmente. Jesús, cuando quiso decir algo, algo trascendente, algo que nos cambié la vida, algo que quiso que comprendiéramos, lo dijo directamente. Y así lo expresaba el Evangelio del domingo: «El que quiera ser mi discípulo, que cargue con su cruz y me siga», o dicho de otra manera: No puede ser mi discípulo aquel que no está dispuesto a cargar con la cruz, a saber que a través de la entrega, de la renuncia propia por el bien del otro, llega la vida, llega la resurrección, llega el gozo. En definitiva, la muerte y la resurrección se dan en pequeños detalles de cada día, cuando somos capaces de renunciar a nosotros mismos por amor.

Por supuesto que hay cruces que no elegimos, que tenemos que abrazar igual sufrimientos ajenos y propios, ausencias, pero en realidad la cruz que tenemos que cargar y abrazar al mismo amor, es la de la entrega diaria, es la del sacrificio por amor a otros, el sacrificio por amor al mismísimo Dios que fue capaz de hacer eso por nosotros.

Si te preguntarán hoy qué es ser cristiano, tendríamos que decir por supuesto que ser cristiano es seguidor a Cristo, que ser cristiano es haber descubierto que somos amados por el Padre, no importa si somos más buenos o malos, gordos o flacos, lindos o feos, según los demás, de una raza o de otra, negros o blancos, con o sin dinero, con profesión o sin profesión; somos amados por el Padre, y por haber descubierto que Él nos ama sin distinción, nosotros no tenemos derecho real a amar con distinción.

Entonces, ser cristianos es haber experimentado esta fuerza del amor, no por un cuento, no porque lo hayamos leído en un libro lindo o en el catecismo, sino porque nos dimos cuenta que es real, que el Padre ha sido misericordioso con vos y conmigo y con ese que te cuesta y nos cuesta amar.

Algo del Evangelio de hoy es para sentarse a desmenuzarlo palabra por palabra, como para deleitarse y también asustarse un poco, te recomiendo que vuelvas a escucharlo o leerlo. ¿Amar a los enemigos es algo posible o es algo de unos pocos? ¿O Jesús estaba un poco loco? Es fundamental –y es lo que quiero dejarte hoy– que comprendamos a qué se refiere con «amar» o a qué tipo de amor se refiere Jesús para con los enemigos.

Podemos equivocarnos y que al escuchar la palabra «amar» pensemos que tenemos que amar a un enemigo como amamos a un amigo, a un padre, a una madre, a un hijo o a un hermano; ¡no!, no quiere decir eso, que tenemos que ir a abrazar al que nos hizo mal –aunque si te sale eso no estaría mal–, al que te difamó, al que te criticó, al que te echó del trabajo, al que te humilló destratándote, al que te trató mal; no quiere decir que tenés que irte de vacaciones con ese o que tenés que ser su amigo entrañable; el Maestro nos pide un amor especial, distinto, que aunque no tenga espontaneidad, naturalidad, aunque no salga así, naturalmente; no quiere decir que es hipocresía como algunos dicen por ahí; eso es amar con caridad, es amar desde la caridad que viene de Dios, porque de nosotros no sale y porque como viene de él nos permite hacer lo que nosotros no haríamos, y como nos vamos transformando en un puente de algo más grande, de un amor que no es nuestro y nos dan una felicidad que tampoco viene de nosotros, nos da la bienaventuranza que escuchábamos ayer.

¿Qué podés hacer con el que no es amable, con el que se portó mal con vos, o sea, el que es de alguna manera tu enemigo? Muchas cosas, si podés probalo hoy, por ejemplo, haciendo esto: salúdalo de una manera distinta, bendecilo, hablar bien de él o por lo menos no hables mal, rezar por él, no devuelvas mal por el mal, no negarle algo que nos pida…

Ser misericordioso como el Padre es misericordioso, esa es la manera de ser bienaventurados y felices.

Si alguien nos pregunta hoy qué es ser cristiano, no lo mandes a leer el Evangelio, aunque viene bien; demostráselo con tu vida.

Si nadie te pregunta, no importa, pensá hoy a quien, que no sea tan amable, podés tratarlo como te gustaría que te traten…