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XXX Viernes durante el año

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía.

Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido curar en sábado o no?». Pero ellos guardaron silencio.

Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió. Y volviéndose hacia ellos, les dijo: «Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?».

A esto no pudieron responder nada.

Palabra del Señor

Comentario

Si somos sinceros con Dios, con nuestro Padre, si somos sinceros con nosotros mismos, decíamos ayer que una cosa lleva a la otra, finalmente seremos sinceros con los demás, que en definitiva también es importantísimo. No sirve de nada vivir en la sinceridad con nosotros y con el Padre si finalmente no somos sinceros con los demás. Hay personas que se confirman con ser sinceras con Dios, con pedirle perdón a él, arreglar las cuentas con él y no ser capaces de pedirle perdón a los demás cuando han ofendido a otros. Me han dicho alguna vez: «Padre, que Dios lo perdone. Yo no puedo perdonar, que Dios lo perdone».

¿En qué corazón cristiano cabe esa respuesta? ¿Cómo no vamos a ser capaces de perdonar si alguien nos pide perdón o cómo no seremos capaces de perdonar aun cuando otros no nos pidan perdón si Dios nos persona cuando nosotros nos golpeamos el pecho para ser perdonados? Por eso, la rueda no está completa, por utilizar una imagen, si realmente después de pedirle perdón a Dios, si después de golpearnos el pecho en la iglesia, no somos capaces de pedir perdón a los demás si hemos ofendido o incluso si no percibimos la ofensa, ser capaces de pedir perdón también porque el otro quedó herido aun cuando yo no me di cuenta.

Cuántas personas se han alejado de la iglesia o se alejan de Dios porque ven que muchos nos podemos golpear el pecho, decimos «Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa», pero a veces no somos capaces de pedir perdón a los demás para reparar el daño que hacemos consciente o inconscientemente. Seamos como el publicano en el templo, acerquémonos a Dios que es justo para que tengan misericordia de nosotros, que nos reconocemos pecadores y para que seamos capaces también de pedir perdón a otros si hemos ofendido.

Con respecto a Algo del Evangelio de hoy, vemos cómo Jesús deja a todos callados. En realidad –fijémonos bien en el relato– los principales fariseos no hablan; dice que observan «atentamente», y termina diciendo que no pudieron responder nada, también guardaron silencio.

Primero, los fariseos observaron para criticar y, después, se callaron porque no tenían nada que decir. La soberbia de hoy, en esta escena, por lo menos tiene un límite; porque sabemos que después la gran soberbia de los fariseos llevará a Jesús a la cruz. Pero la soberbia de los fariseos hoy concretamente, en este texto, tiene un límite, y es la bondad del corazón de Jesús, la Verdad que es el mismo Cristo que se manifiesta abiertamente en todo lo que dice y hace, en sus palabras y milagros.

Y hay algo importante que quiero destacar, y es que Jesús no solo dice cosas verdaderas porque él es la verdad, sino que además quiere ayudarnos a que nos encontremos con la Verdad que es él mismo y con la verdad de nuestra vida que es también encontrarlo a él en nuestros corazones.

Por eso pregunta, por eso pregunta hoy dos veces y quiere sacarles lo mejor a estos hombres; sin embargo, ellos solo responden con un silencio. Pregunta para ayudarlos a encontrar su verdad, Jesús nos pregunta para ayudarnos a encontrar nuestra verdad, que es que seamos sinceros con nosotros mismos, veraces.

Principalmente eso es seguir encontrando la Verdad día a día: encontrarlo a él, a Jesús; siendo verdaderos en las palabras que decimos, en los sentimientos, en nuestras expresiones, en los gestos, en las convicciones y en las relaciones humanas. Esto es muy importante porque la verdad no es solamente algo que se piensa, no son enunciados vacíos, conceptos, la verdad no solo es algo que se dice con palabras; es algo que se dice mucho más con la vida, que se vive según la Verdad –con mayúscula– que se encuentra, que es Cristo.

Por eso los fariseos no pueden contestar porque no se animan a encontrarse con su propia verdad y enfrentarse con sus cerrazones, con su soberbia y egoísmo.

Bueno… y dos cosas para terminar, que esta actitud de hoy nos ayude a animarnos a que Jesús nos pregunte, nos saque del fondo del corazón nuestra verdad, lo que somos –no importa lo que seamos–, lo que guardamos, nuestras grandes bondades, nuestros grandes sueños y alegrías; sino también nuestros enojos, nuestras broncas, incomprensiones, nuestros pecados, nuestras tristezas; todo lo que tenemos guardado y no queremos a veces sacarlo, por vergüenza, por miedo, por el qué dirán, por no querer ser juzgados…para que sacándolo y diciéndolo podamos confrontarlo con él, la Verdad con mayúscula que viene a amar esa verdad oculta de nuestro corazón y a sacarnos de nuestra cerrazón que a veces nos hace creernos dueños de todo, de pensar que siempre tenemos la razón.

Y lo segundo es que el modo de Jesús de ayudar a que los demás encuentren la verdad es «preguntando», y por eso nos anima a imitarlo. No vamos a ayudar a otros a encontrar la verdad a los gritos y con voracidad, creyendo que es una pulseada, una lucha para ver quién gana, quién tiene razón, así no lo vamos a conseguir, eso no hace más que opacarla. Vamos a conseguirlo, ayudando a que los otros se encuentren con Jesús. Todo lo demás, las supuestas «verdades» –con minúsculas–, más chicas, son pasajeras. Las verdades políticas, de un bando o del otro, las verdades de pensamiento, de formas de ser, son pasajeras, desaparecerán y pasarán.

Nuestra mayor alegría es encontrarnos con él, que es la Verdad y nos viene a descubrir la verdad de nuestra vida. Que hoy podamos hablarle a Jesús con el corazón a lo largo de este día y en algún momento de oración.