Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado.»
Palabra del Señor
Comentario
Continuando con la invitación del Evangelio del domingo, a pensar de alguna manera en la resurrección, eso de que somos hijos de la Resurrección, a reflexionar sobre el fin de nuestra vida, podríamos decir que el cielo, la Vida eterna no se puede comprar con lo que vivimos en la tierra , solo podemos vislumbrarla de alguna manera, solo podemos sentir y experimentar, pregustar sus destellos. Estamos hechos para la eternidad y la felicidad que podemos alcanzar en este mundo es solo una imagen borrosa lo que realmente será de lo que vendrá. Según Jesús, decía, en el cielo no habrá matrimonios, los saduceos quisieron meter en un aprieto a Jesús, planteándole una situación límite.
¿De quién será esposa la mujer que se casó siete veces con siete hombres distintos? En el fondo de sus cuestionamientos, estaba la imaginación, la idea de un cielo muy a nuestra manera, muy humano, por decirlo así, o sea, de una Vida eterna con conceptos nuestros. Sin embargo, la respuesta de Jesús nos ayuda a ir más allá, a pensar y a experimentar que el cielo tendrá algo de lo nuestro, pero al mismo tiempo no nos cabe en la cabeza lo que será en el corazón. Será algo absolutamente distinto. Es mucho mayor la desemejanza que la semejanza.
Ya no pueden morir porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios. Al ser hijos de la resurrección, dijo Jesús, seremos hijos de Dios, somos y lo veremos tal cual es. Por eso, ya no importarán tanto los vínculos que podamos generar aquí en la tierra como un matrimonio, como la amistad, seremos plenamente hijos y hermanos. Para algunos esto puede parecer una mala noticia, creyendo que se romperán, sin embargo, si lo pensamos seriamente, será todo lo contrario, porque quiere decir que nuestro corazón se ensanchará de un modo único y pleno para poder recibir a todos en él, para no excluir a nadie, capacitándonos a amar como no pudimos amar acá en la tierra.
En Algo del Evangelio de hoy, hay dos lindas preguntas de Jesús que nos pueden ayudar: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?”. ¿Dónde está la gente que es curada por Jesús, que pidió algo insistentemente y después desaparece en el momento oportuno? ¿Dónde estamos nosotros cuando debemos agradecer? ¿Tenemos está vivencia de la fe del samaritano? Pensemos hoy en tres características de la fe que nos pueden ayudar a ver si nuestra fe es madura, completa, madura, una fe que realmente nos salve, no solamente una fe que cura, sino una fe que nos hace levantarnos y vivir salvados.
Primero, una característica de la fe es la confianza, que es la que tienen los diez leprosos. Todos de algún modo confían. Jesús les dice: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”, que era la condición que tenía que pasar para ser aceptados en la comunidad otra vez y todos confían, todos se ponen en camino y finalmente gracias a esa confianza son curados. Hay un primer movimiento de la fe que es una respuesta a la invitación de Jesús que nos hace a todos en la vida y esa respuesta es la confianza, confiar en su palabra, es confiar que el estar cerca de él nos curará.
Por eso la primera consecuencia de esta confianza es la curación. Los diez se curan porque confían, como tantas veces nosotros nos hemos curado de algo por habernos acercado a Jesús, sino pensemos en esto, tenemos que acercarnos a Jesús y confiar en él. Para curarnos de algo en nuestra vida, de algún pecado, de alguna debilidad, de algún vicio, de algo que no nos deja vivir, que nos tiene como aislados, porque eso es finalmente la lepra, el estar aislados de otros. Entonces esta es la primera característica de la fe.
Sin embargo, hay una segunda característica, que es la acción de gracias y es la que únicamente tiene el samaritano. Pensemos en esta linda dimensión de la fe: la acción de gracias. La fe nos tiene que llevar siempre a agradecer, nos tiene que llevar a arrojarnos a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias o alabar a Dios en voz alta. Esta segunda característica de la fe es la que pocos tienen, es la de vivir dando gracias siempre, dándose cuenta que todo lo hemos recibido de Dios. Pensemos si a veces nos falta un poco está dimensión de la fe, del ser agradecidos.
Y la tercera es ponerse en camino. Finalmente, Jesús le dice al samaritano: “Levántate y vete”. Ponerse en camino. La fe es ponerse a caminar, camino de seguir a Jesús. Eso es la salvación. Una cosa es ser curado, una cosa es pedirle algo a Dios y que nos lo haya dado y otra cosa es ser salvado por él, ser salvados por él es ponerse en camino para entrar en comunión con Cristo, con Dios, para conocer a Dios verdaderamente porque esa es la Vida eterna. Dice Jesús: “Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. La fe madura, completa, es la que nos hace ponernos en camino a la salvación, que es conocer cada día más a Jesús.
Bueno, Dios quiera que hoy podamos pensar en estas tres características de la fe, en qué momento estamos, en qué cosas tenemos que hacer más hincapié porque nos olvidamos. Confianza, acción de gracias y ponerse en camino, eso es ser salvados. Pidámosle a Jesús que hoy como el samaritano leproso vivamos en acción de gracias y podamos un día más en este transitar que es seguirlo a él en el día a día de nuestras vidas.