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XXXII Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempo de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.

Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.

En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.

Les aseguro que, en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada.»

Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»

Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres.»

Palabra del Señor

Comentario

Los hijos de la resurrección, vos y yo, los que escuchamos, incluso aquellos que no están escuchando este audio, andamos o deberíamos andar por la vida sin miedo, o tenemos que intentarlo. Por ahí deberíamos preguntarnos como para sincerarnos un poco, o reconocernos: ¿Ando por esta vida con miedo o sin miedo? Y si tengo miedo, ¿a qué le tengo miedo? ¿Le tengo miedo al qué dirán? ¿Le tengo miedo a lo que piensen los otros? ¿Tengo miedo al fracaso? ¿Tengo miedo a que me juzguen? ¿Tengo miedo a Dios? ¿Tengo miedo a lo que él está pensando de mí? ¿Le tengo miedo al fin del mundo, a la venida de Jesús?

Un hijo de la resurrección, el que verdaderamente cree que Jesús está vivo y que está ahora obrando en este mundo y sigue creyendo que esa vida de Dios lo fortalece, y que sigue dándonos vida, en realidad no debería por qué temer. Sin embargo, hay que reconocer que a veces tenemos miedo, por una cosa o por la otra. El miedo, de algún modo, es parte de nuestra vida.

El miedo a la muerte, a nuestra partida, a que todo se termine, también es natural y es parte de la vida. También tenemos miedo a que nuestros proyectos se vengan abajo, a que nos quitan lo que tenemos. Pero también es verdad que cuando vamos creciendo en la fe, cuanta más confianza tenemos en que todos resucitaremos a una vida nueva en la medida que creamos y amemos a Jesús, ese miedo se va apagando, va muriendo para dar lugar a una esperanza distinta.

Me da mucha gracia cuando uno ve esas películas así de Hollywood, de las que hablamos en estos días, esas que nos invitan a sentarnos a comer y a mirarlas y a entretenernos, esas películas que son más de efectos especiales que otra cosa, en donde siempre hay que inventar una historia de amor para que tenga sentido, esas películas catastróficas en donde siempre se viene el fin del mundo, en donde hay una catástrofe natural y todos empiezan a correr por todos lados.

Me da gracia ver que mientras los protagonistas siempre van esquivando las catástrofes y se van salvando algunos, mientras todo se viene abajo, empiezan a robar las tiendas, los mercados, televisores, comidas y tantas cosas. ¡Qué ocurrencia la de los directores de estas películas! Pero en realidad deberíamos sincerarnos y decir que es verdad, de algún modo es verdad, somos capaces de eso.

El ser humano es capaz de eso y mucho más. Es capaz de no darse cuenta mientras se está viniendo todo abajo que lo importante es otra cosa. Por ahí somos capaces de no darnos cuenta que lo único importante, cuando todo esto se termine, será el amor y será esperar a Jesús, esperar la resurrección definitiva.

Algo del Evangelio de hoy nos puede ayudar en este sentido, y por eso te hago una propuesta y me la hago a mí, como para no hacerla tan larga, no entrar en tantos detalles de estos evangelios más apocalípticos y centrarnos en lo principal. Imaginemos qué haríamos en este momento, ahora…Imaginá, frena, dejá de hacer lo que estás haciendo. Si estás manejando, estacionate a un costado. Si estás viajando en un medio de transporte, cerrá los ojos. Si estás cocinando ahora o estás lavando o estás haciendo el desayuno, frená, frená, sentate.

Andá afuera, a tu casa, al balcón, a algún lugar donde te guste y pensá que si en este momento te dicen que hoy es el último día o que hoy es el fin del mundo o que hoy llegará Jesús a tu vida y a la mía, al mundo, y no ya humilde y escondido, sino glorioso y triunfante, a Reinar definitivamente, pensá qué harías hoy. ¿Qué harías? ¿Saldrías corriendo? ¿Para dónde? ¿Qué vas a ir a buscar? ¿Qué buscarías que no querés perder? Pensemos. Todo un ejercicio personal de pensar y detectar en nosotros, en nuestro interior, en este momento, qué idea tenemos también del final, de nuestra vida y del mundo.

Es un desafío para reflexionar si cuando venga Jesús, vamos a escaparnos a buscar cosas materiales o incluso personas, o vamos a mirar al cielo simbólicamente de rodillas, abriendo los brazos para dejarnos abrazar por Aquel que esperamos y amamos, sabiendo que nuestros seres queridos también estarán abrazados por él, por eso no hay que salir corriendo. ¡Qué distinto pensar ese momento así! ¿Para dónde vamos a correr? O incluso podemos preguntarnos hoy: ¿Para dónde estamos corriendo hoy? ¿Ahora para qué estás corriendo, a dónde vas?

Si querés salvar tus cosas y tu vida, te vas a perder de encontrarte con Jesús y salvarla para siempre. Perder la vida en realidad sería dejarse abrazar en cada momento por él y darla, entregarla, no escaparle al amor y a la entrega.

A esto, ¿le tenemos miedo? ¿Le tenés miedo a Jesús? El que ama no teme y el que teme al final es porque todavía no ama verdaderamente.